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Tiempo de Sumar

De lo mucho que vemos y oímos a diario, solo en algo coincidimos todos, y es en que, si nuestros dirigentes fueran capaces de escucharse, entenderse y trabajar alineados, aunque solo fuera un poquito, otro gallo nos cantaría. La falta de colaboración entre las instituciones la estamos pagando muy cara todos. Estamos unidos, pero en el descalabro. Triste logro.

¿Y esto que es tan obvio de puertas para fuera, no nos estará limitando también de puertas para adentro? Como tiendo a pensar que la clase política es un reflejo de la sociedad a la que representa, yo diría que sí. De hecho, hace años que vengo reclamando en lo que atañe a mi ámbito de actuación más directo, más colaboración y menos confrontación, como condición esencial para salir adelante y materializar los cambios que necesitamos como sociedad.

En mi labor asociativa de casi tres decenios en el mundo de la mujer, siempre he reiterado la necesidad de una mayor orquestación de los esfuerzos de las distintas organizaciones que comparten objetivos. Rara vez lo he visto cumplido. También soy firme defensora de que la promoción de la mujer en lo profesional se haga siempre en buena sintonía y con la colaboración de los hombres, quienes son indudables compañeros de viaje y han de hacer su propio recorrido de cambio si queremos que este sea real, permanente y positivo para todos. La integración de la diversidad en su sentido amplio y por la que tanto abogo desde hace años también como ingrediente clave para una mayor competitividad y capacidad de innovación, consiste de hecho en promover la colaboración entre quienes, por desconocimiento mutuo, tienden a no hablarse, no entenderse o no ayudarse de forma natural. También entre distintos países, la colaboración es importante y sinónimo de crecimiento para todos. Como una de los miembros fundadores de la Cámara de Comercio España-Israel, soy testigo de la bondad de crear canales y herramientas que posibiliten, estimulen y formalicen el intercambio entre partes, siempre complementarias.

Pero no es suficiente con conocer los beneficios de una cultura integradora para que esta se desarrolle. Muy por el contrario, para conseguir arraigarla, hay que vencer muchas resistencias y miedos que, si lo permitimos, estrangulan a nuestras organizaciones antes de que alcancen su máximo potencial. De ahí el título de mi libro Entre Diversidad y Fragmentación, apuntes en tiempos de cambio.
En la coyuntura actual se impone la necesidad de adaptarse a nuevos paradigmas y de desarrollar cambios con la máxima agilidad. Sin embargo, no tenemos el músculo de la colaboración desarrollado y sentimos que nos ha pillado el toro ahora que el tiempo aprieta y el teletrabajo impone una distancia que entorpece la comunicación más allá de nuestros equipos directos, con los que, por cierto, nos pasamos el día en una call que no acaba.

Si la crisis ha de tornarse en oportunidad, entendamos que los valores no se pueden improvisar cuando nos urge tenerlos a mano, sino que estos han de labrarse día a día en la cultura corporativa y social y que la colaboración (entre colegas, con clientes, con proveedores, hasta con competidores a veces) es el fertilizante necesario para el buen desarrollo de cualquier iniciativa de transformación que queramos llevar a cabo. Es un trabajo de fondo que supone escucha, empatía, análisis, visión, creatividad, generosidad, y mucho más. También confianza en el otro, lo que desde luego tampoco se improvisa.

Y elijo quedarme con la confianza como gran baza. ¿Qué confianza? La de que de la Covid y sus catastróficas consecuencias hayamos aprendido al menos esto: que estamos todos en la misma senda y necesitamos caminar del brazo con otros, no como signo de debilidad, sino como el máximo símbolo de fortaleza. Tendremos que darle la vuelta a las viejas reglas del juego pero nos va todo en ello y nuestras organizaciones y nuestra gente, bien valen el esfuerzo.

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