Como tantas españolas de mi edad, en mi infancia y adolescencia no supe lo que era la soledad. Mi casa era un permanente ir y venir de vecinos, de primos y tíos que no necesitaban anunciarse puesto que estaban como en su casa. Y cuando no eran ellos, eran el lechero, el afilador de cuchillos, la campesina que vendía su queso de cabra, el mendigo, el cartero, etc. Al trasladarnos de Tánger a Madrid, mi madre no paraba de quejarse de la soledad, y, sin embargo, vivía con su hija, su yerno y sus tres nietos, amén de algunas vecinas que a menudo venían a saludarla. Si nos ausentábamos unas horas, conocíamos la cantinela que nos esperaba al llegar a casa: «Se me ha secado la boca de no hablar durante tanto tiempo; yo no soporto esto de la soledad». Evidentemente era inútil tratar explicarle que su soledad era muy relativa, y que había muchas personas de su edad o de cualquier edad a las que les encantaría conocer ese tipo de «soledad». Debo confesar que, durante muchos años, no entendí su actitud y la interpretaba como una patología debida al destierro y a la edad. Algo he evolucionado sobre ese tema y entiendo mejor que la soledad no es solo la falta de una presencia, sino la falta de un tipo de presencia.
Nuestra época ha hecho que la soledad sea imposible. En casa tenemos todos, o casi todos, radio, tele, internet, y algún que otro artefacto electrónico de última generación. Llegas, te sientas en tu sillón, enciendes la tele o lo que sea, e inmediatamente la gran comunidad de los seres humanos entra hasta la cocina. Quieres ver fútbol, pues fútbol; escuchar conciertos, pues conciertos; tener noticias de la última locura de Kim no sé qué, pues el tal Kim. Basta que los llames y todos, todos, acuden a tu casa en un iridiscente festejo de sonidos e imágenes, como ningún soberano de siglos pasados, por más poderoso que fuese, podía soñar. Así que, ¿good by loneliness?, ¿adiós soledad? ¡Tremendo error ! La soledad no solo permanece, sino que gana terreno. Quizá más callada, menos visible que en otros tiempos, pero también más astuta y más perniciosa; en todo caso más omnipresente.
Se nos ha olvidado el precepto bíblico que dice (Gen. 2 :18) : “no es bueno que el ser humano (la Biblia dice que el ‘hombre’ ) esté solo”. A ese vejestorio ideológico le ha sustituido el lema «¡qué bien se está solo!», tópico que no admite contradicción. Y es posible, efectivamente, como afirma la sabiduría popular, que a veces se esté mejor solo que mal acompañado. Quién negará que existen presencias tan toxicas que la soledad es un envidiable alivio. Pero “no tengo en ellos ningún contentamiento» (Eclesiastés 12: 1) puede ser que ni el móvil, ni la tele, ni internet basten para poblar tu soledad, porque un ser humano no es solo voz e imagen, sino ese algo más que se llama una presencia, la irreductible singularidad de una mirada, el calor del contacto de una mano, la alegría que da una palabra dirigida, no a millones de seres humanos, sino a ti, a ti solo, a ti sola. En unos tiempos tan inhumanos que pregonar el humanismo parece casi indecente, lo que nos enseña, de muy mala gana, el mundo de la tecnología más avanzada es que, a pesar de todo, el remedio más eficaz contra la soledad es también el más antiguo, es decir, la presencia de lo que tan bien se llama el próximo, cualquiera sea la forma que se le de a esa proximidad.
Querida Eva. Tienes toda la razón. No obstante parte de la soledad se explica por otra cita «quien siembra vientos, recoge tempestades»; aquí me estoy refiriendo a egoísmos, intransigencias, que pueden haber provocado parte del problema. O si preferimos en positivo «a los amigos hay que regarlos cada día». Es una exageración que sea cada día, pero las relaciones hay que mantenerlas, preocuparnos y alegrarnos por las cosas que ocurren a nuestro allegados y amigos, invertir nuestro tiempo en ellos cuando aún estamos a tiempo. Desafortunadamente todos tenemos casos cercanos donde esas circunstancias y hechos nos llevan a esa sin razón que es la soledad.
Totalmente de acuerdo. La amistad que es maravillosa la comparo a un jardín que hay que cuidar y regar. A mi los refranes me gustan también mucho y este sobre todo «manos que no dais, qué esperáis».
Con la soledad no deseada hay que trabajarla y «llegar a un entendimiento». Las pérdidas suelen ser muy duras y no fáciles de sustituir.
¡Ojala el 2023 nos traiga muy buenas cosas!
Querida Eva, hace tiempo que no me sentía tan identificada con tus reflexiones sobre la soledad, ese `pequeño torrente que se mete por todos los rincones y acaba por inundarte.
Gracias
Tan cierto y tan sabio querida Eva!
Muchas gracias, Eva, por este excelente artículo que es un regalo para la reflexión en estos días navideños. Como tan certeramente apuntas: «la soledad no es solo la falta de una presencia, sino la falta de un tipo de presencia». Esto nos permite entender que, en un mundo tan deshumanizado en el que, como tú misma dices: «pregonar el humanismo parece casi indecente», haya presencias que se significan como la presencia de una ausencia y que, en vez de acompañar internamente en los momentos de soledad, remiten a un sentimiento de abandono. Deseo especialmente que estas fiestas y el nuevo año nos permitan discriminar las presencias que nos enriquecen de aquellas que merman nuestra personalidad y humanidad.
Gracias Mercedes. Bueno es saber la razón por la que sentimos la soledad. Los trastornos que provoca la misma son de sobra conocidos e irán a más pues se vive más tiempo.
Muy acertada tu reflexión querida Eva. El calor humano no se puede sustituir por nada en este mundo. Es muy gratificante tenerlo.
Si estás o te sientes solo es porque así lo has decidido o te lo has ganado con tu proceder hacia familia y amistades. Un cariñoso abrazo con el deseo que el 2023 nos traiga más calor humano para todo el mundo.
Gracias María. Estamos las dos totalmente de acuerdo. Feliz 2023
Me ha gustado tu artículo, casi denuncia, de una vivencia humana que se va extendiendo como un reguero de pólvora en nuestras «sociedades avanzas» como es la soledad no deseada.
Buen diagnóstico amiga.
Abrazos, María
Gracias Maria. Se habla mucho de los efectos de la soledad pero no de la causa que es difícil de corregir. Soledad no deseada hay mucho y cada vez se está tratando más como sabes siendo tú una eminente doctora.
Gracias Eva por tus reflexiones. Me quedo con la necesidad de humanismo que existe en estos tiempos plagados de tecnología, para justamente utilizarla con buenos propósitos. Y como dicen varias tradiciones, estar bien con uno mismo y ayudar al prójimo. Tener una pequeña comunidad que acompañe en el camino de la vida facilita muchísimo a lidiar con nuestras realidades y «lo que tenga que ser, será». Te deseo un maravilloso fin de año y que el 2023 nos traiga solo cositas buenas. Beso grande.
Eva siempre certera con sus reflexiones. En estas fechas cómo no recordar la algarabía que se formaba en mi casa cuando venían mis primas o mis tíos del pueblo.
Debemos asumir que las sociedades cambian, una de sus consecuencias es la soledad producida por la reducción del grupo familiar, o la dispersión geografía.
En mi familia hemos cambiado el concepto de presencia por el de «cercanía» aprovechando las nuevas tecnologías. La Tablet y demás medios electrónicos nos ayudan a sentirnos cerca; no es lo ideal pero es una forma de mitigar la distancia y la soledad.
Querida Eva, magnífico artículo y estupenda reflexión.
Me atrevo a apuntar que la soledad a la que haces referencia en el inicio de tu texto, es la soledad del exilio. Es un tipo de soledad, que lamentablemente he conocido y vivido, en la que siempre estás solo porque siempre eres el distinto, el nuevo, el sólo.
Mientras los demás están rodeados de afectos de la infancia, de personas que les conocen desde siempre, de su familia interminable, y los primos de otros primos, del amigo del hermano, del primo o del tío, y tu eres quien no tiene ningún vínculo, … no importa lo rodeado que estés, siempre te sentirás sólo.
La boca seca es una ilustración espléndida que no había oído ni imaginado, pero lo clava.
Mil gracias Eva y te deseo un muy feliz año.
Carolina