Israel y sus paradojas

Israel y sus paradojas

He visitado recientemente Israel (*) con siete destacadas directivas y ejecutivas de distintos sectores, en un viaje organizado por la Embajada de Israel. Pertenezco a la Cámara de Comercio España-Israel desde su fundación, en 2005 y me parecen muy útiles estas salidas que, con cierta informalidad en este caso, permiten conocer el ecosistema tecnológico, de innovación y emprendimiento de un país lleno de contrastes y dificultades, pero a la vez vital y pujante, algo que resulta inspirador cuando se atraviesan épocas de crisis, como las que hemos venido encadenando en España en los últimos años.

De hecho, si tuviese que definir la realidad israelí con una sola idea yo hablaría del país de las paradojas. Tal vez otros prefieran el término milagro, pero como no todo el mundo cree en una transcendencia, prefiero permanecer en el terreno de lo concreto, que en España a menudo se suele ignorar, porque todavía se proyectan sobre un Estado nacido en 1948 tópicos y caricaturas forjadas, algunas, en los días de la Inquisición y en la pereza mental posterior. Para no parecer desfasados, esos prejuicios se revisten hoy con algunas pinceladas más contemporáneas como lo del Estado del apartheid, concepto al que recientemente dio carta de naturaleza el Parlamento de Cataluña, en mi opinión de forma bochornosa. Unos datos fácilmente comprobables hubieran ahorrado a esa cámara semejante falta de criterio. Veamos:

= El 20 por ciento de la población de Israel es árabe y goza de los mismos derechos que los judíos. Todavía pocos, pero en número creciente, hay embajadores, jueces, altos funcionarios y diputados árabes. Basta pasearse por las calles de las ciudades israelíes para descubrir que una gran parte de los farmacéuticos son árabes, y lo mismo sucede con los médicos. El gobierno que acaba de dimitir solo pudo formarse con el apoyo de un partido islamista. ¿Qué persona sensata puede llamar a eso “apartheid”? Que el problema de los territorios ocupados esté ahí, candente, nadie lo puede negar, pero ¿quién se atrevería a decir que los palestinos han facilitado una solución negociada? Por el contrario, en los países árabes, antes de 1948, había más de un millón de judíos. Ahora quedan a lo sumo tres o cuatro mil.

= Otra paradoja es el contraste entre la estructura sociológica del Estado y la potencia de su acción. El 13 por ciento de la población judía la componen ultraortodoxos, de los cuales una mayoría no trabaja y consagra su tiempo al estudio de la Tora. Una parte de ellos son hostiles al sionismo, ya que piensan que solo Dios tenía la potestad de restablecer un Estado judío, lo cual no les impide exigir la ayuda de ese mismo Estado que desprecian para sus instituciones o para mantener a sus familias. Esto último no es extraño, tienen una natalidad increíblemente elevada, pero los ingresos los traen ellas, las madres y esposas, que son las únicas que trabajan a pesar de sus obligaciones domésticas. El hecho de que gran parte de estos jaredíes, además de no aportar productivamente, no quieran hacer el servicio militar crea fuertes tensiones con el sector laico de la población, que no entiende porque ellos deben exponer a sus hijos, mientras que los otros se quedan rezando o estudiando en las sinagogas. Con la llegada en los años 90 de la inmigración rusa, la tensión ha subido de tono ya que, según los criterios más puristas religiosamente hablando, esta población no es “judía”, creando situaciones conflictivas entre dos sectores que, como los demócratas y republicanos en USA, cada vez son más incapaces de dialogar. En resumen, Israel tiene 9,2 millones de habitantes, pero muchos consideran que solo son 6,4 los que cargan con el peso de sacarlo adelante.

= Más paradojas. A pesar de la situación geopolítica tan compleja, en esos medidores que se aplican para determinar el nivel de desarrollo de un país, donde hoy se incluye la felicidad de sus ciudadanos, el índice de contento y satisfacción de Israel ha pasado del puesto 14 mundial en 2020, al 9 en 2022. Es posible que a eso contribuya el esfuerzo tan grande de las familias para permanecer unidas y disfrutar unos con otros, lo que ahuyenta la soledad frecuente en los países europeos. Por otra parte, como hay poco servicio doméstico, la única ayuda que tienen las jóvenes parejas es la que les puedan brindar las familias. Los mayores, sin embargo, sí suelen contar con atención externa -generalmente filipinos y sudamericanos- que les permite ser atendidos y permanecer en su casa. En las conversaciones que mantuvimos con diferentes personas se notaba ese sentido del presente, del ahora, donde es mejor destacar lo positivo de las situaciones y obviar lo negativo, además de compartir un objetivo común y es el de sacar el país adelante, aunque no siempre resulte sencillo.

La situación de los jóvenes es llamativa, si se compara con la de los chicos de otros lugares. Cuando terminan la selectividad y cumplen los 18 años entran en el ejército, ya clasificados según sus notas y perfil. Los mejores en matemáticas o física, por ejemplo, tienen destinos que implican investigación, además de su preparación militar. Dadas las circunstancias de Israel, no es un servicio militar confortable por las posibilidades de conflicto, así que salen con una inevitable dosis de fortaleza y resiliencia y, generalmente, también con ganas (viajeras) de cambiar de aires. A los 21 o 25 años empiezan una carrera -es frecuente que sumen más de uno y dos títulos académicos- con la ventaja de abordarla con más madurez. Tal vez por el espíritu práctico de esta sociedad y ya que la titulación es lo común, es habitual que en las entrevistas de trabajo se pregunte más por los logros y la capacidad de aportación a ese empleo que por los másteres acumulados. También se casan pronto normalmente, sin necesidad de diferir la maternidad/paternidad como vemos en España. Todas las mujeres con las que nos entrevistamos tenían todas ellas cuatro hijos. A los niños, hay que decirlo, se les cuida mucho, pero tienen más libertad y autonomía de lo que se acostumbra en España.

Un país dividido étnicamente, con ciudadanos procedentes de 90 países -ahora se está integrando a unos 15.000 ucranianos refugiados-, de tradiciones muy diferentes, fracturado ideológicamente por la confrontación entre religiosos y laicos, amenazado a diario por Irán, que no disimula su intención de destruirlo, todo eso llevaría a pensar que Israel se encuentra en una posición de gran fragilidad. Pero es exactamente lo contrario. El país jamás fue tan próspero como ahora, y jamás su posición en el concierto de las naciones fue tan potente, con nuevas alianzas, además, impensables hace unos años. Son las paradojas de Israel, que -yo apostaría- constituyen uno de sus motores de progreso.

(*) En datos de 2021, la renta per cápita de Israel era de 43.466 euros  y el PIB de 481 mil millones de US dólares. Está en la lista de los 30 países más ricos del mundo. La inflación, en 2021, estaba en el 1,49% (la media en la UE era del 2,62%). El shekel, la moneda nacional, ha alcanzado la cotización más alta frente al dólar de los últimos años y se ha apreciado un 20% en 2021, lo que convierte a Israel en un país bastante caro. Desde el punto de vista económico, los avances tecnológicos han mejorado las exportaciones y el descubrimiento de una gran bolsa de gas va a hacer, inesperadamente, que se incrementen las ventas a Europa debido a la crisis ucraniana.

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