En estos tiempos de división y confrontación abierta, sigo buscando puntos de consenso entre unos y otros para facilitar el dialogo, que es lo que a mí más me importa y promuevo. Y así, tengo últimamente identificado que casi todos coincidimos en que nuestra juventud no parece todo lo bien equipada que debiera para los tiempos que vienen. Así lo avalan los alarmantes indicadores de desempleo juvenil y el hecho de que las empresas a duras penas encuentren los perfiles que necesitan a pesar de que los candidatos sean los más formados de nuestra historia.
Acertamos cuando decimos que la falta de competencias se debe al vertiginoso ritmo de los cambios que vivimos en contraposición con la letargia de un sistema educativo que, aunque se esfuerza por avanzar, queda muy atrás en su intento. Sin embargo, en lo que nos equivocamos a menudo, es en pensar que dicho gap afecte a las funciones técnicas nada más. El impacto transformativo de la tecnología sobre todos y cada uno de los ámbitos del conocimiento es inmenso. Como también lo es el cambio de paradigma que ha provocado en las formas de trabajo.
Y sobrevivir a los cambios de paradigma, exige no solo nuevas aptitudes sino también nuevas actitudes. El modelo socio-económico postindustrial requiere de individuos más curiosos, más críticos, más valientes, más emprendedores, a quienes les estimule la resolución de problemas y les apasione el aprendizaje continuo, en formato no formal y colaborativo. Y en esto, desafortunadamente, no vamos bien servidos.
Identificados los retos, no nos ponemos en cambio de acuerdo sobre cuáles han de ser las soluciones y, mientras tanto, sigue pasando el tiempo, y con él, la posibilidad de liderar nuestro futuro. En lo social, nos perdemos con frecuencia en debates tan infructuosos como acalorados sobre si la educación ha de ser pública, privada o concertada y, en lo particular, seguimos acumulando masters y postgrados, online y presenciales, pero sin una voluntad real de transformarnos como individuos y profesionales.
Personalmente, sabéis que me gusta apostar por lo práctico y lo pequeño, que mueve montañas cuando se ancla en la verdad. Y la verdad es, que somos los padres los principales referentes educativos de nuestros hijos y que tenemos el deber de contribuir a su capacitación como individuos más autónomos y mejor preparados para ser felices y para contribuir con su conocimiento y compromiso a hacer de este mundo un lugar mejor para todos. Para conseguirlo, no debemos lastrarles con patrones de falsas seguridades que les abocarán al fracaso, sino otorgarles mayores grados de confianza para que sea su instinto de adaptación, y no nuestra brújula rota, quien les ayude a abrirse camino en esta nueva era.
Y, por qué no, puestos a aportar nuevas perspectivas al debate y al futuro de nuestra juventud, ahora que con el teletrabajo parece que la delimitación entre el hogar y la oficina se haya desdibujado y que, por otra parte, la responsabilidad social sea por fin una prioridad en la agenda de las empresas, me pregunto si un mayor rol de estas en la formación de los jóvenes no podría ayudar a acelerar los procesos de transformación que nuestra sociedad requiere, dado que son ellas al fin y al cabo quienes abanderan el progreso tecnológico y los cambios sociales más recientes.
“Food for thought”
No puedo estar más de acuerdo con tus apreciaciones. Desde luego que hay una responsabilidad de los padres con sus hijos a la hora de procurarles una formación adecuada al ritmo que la sociedad demanda. Y no es sólo labor del colegio (no digamos ya del Estado) el atender a las necesidades formativas ajustadas a cada perfil, puesto que la cautela en la calidad del aprendizaje de los alumnos, con toda la oferta educativa existente en la actualidad, con las puertas que precisamente la digitalización ha proporcionado junto a la globalización en este sentido, radica en los auténticos tutores. Hay una oportunidad única ahora mismo de acceder a programas sensacionales, con una precisión técnica y específica para lo que se corresponde con cada niño que, con un mínimo esfuerzo que se haga en esa localización, con un pequeño cuidado y tiempo que destinemos a ello ya se conseguirá mucho. Es una lástima que nuestros hijos no sean competitivos por no realizar esta labor de cuidado desde los garantes de su educación. Cuanto más nos preocupemos por ayudarles a ser ciudadanos de provecho, involucrándonos en ese proceso para guiarles correctamente, más conseguiremos de cara al futuro de nuestra sociedad. Muchísimas gracias Eva por todo el esfuerzo y trabajo que realizas y hacernos partícipes de tus valoraciones y observaciones.
Elena te acabo de enviar un mail .
Si la juventud llevaba ya varios lustros desorientada, sin duda ahora no sabe por dónde tirar. Espero que tu hijo, que tanto me recordó a Bob Dylan, lo tenga claro.
La empresa privada, que fomente las actividades becarias seriamente! A los jóvenes eso les proporciona conocimientos prácticos y a las empresas contacto con el talento potencial.
Un abrazo!
Karin
Gracias, Karin, el la primera vez que me dicen que tony se parece a Bob Dylan.Se lo diré y se pondrá muy contento. Todo lo que s haga en educación, ha de hacerse con la máxima seriedad.
Tienes razón Karin, hay mucho que hacer y probablemente de manera diferente. Esperemos que 2021 traiga cambios buenos. Los necesitamos.
Muy de acuerdo, Eva. Lo que se requiere es un cambio profundo y estructural, como tú mu bien indicas, que nos concierne tanto a los individuos como a las instituciones.
Sí Mercedes es un trabajo de todo y no deberíamos esperar mucho en cambiar las cosas para preparar a nuestros jóvenes a un tiempo nuevo, a un mundo competitivo con nuevas normas y formación. Es lo menos que les podamos dar.