Despues del 8M Dónde estamos las mujeres

Despues del 8M ¿Dónde estamos las mujeres?

He dejado pasar el tiempo tras el ruido mediático del 8M, ese Día de la Mujer que ha ido modificando su denominación y su percepción con el paso de los años. He querido reflexionar porque, tras 31 años implicada en un activismo feminista centrado en el plano laboral y profesional, tengo la impresión de que nunca había vivido momentos tan confusos como los actuales. Por supuesto, me he preguntado si no estaría cayendo en un prejuicio generacional, que desdeña los planteamientos de las mujeres jóvenes y añora las iniciativas “de mis tiempos”. No es así, porque la lucha por los derechos de la mujer y los cambios sociales aparejados vienen implicando un esfuerzo continuado de muchas mujeres desde hace décadas, donde un paso sigue a otro paso, un esfuerzo a otro y donde a veces se aceleran los tiempos o – ¿sería este el caso? – parecen bloquearse y hasta retroceder.

He repasado el artículo que escribí en 2018, tras aquellas gigantescas manifestaciones del que fue un 8 de marzo transversal y optimista, incluso si no se compartían algunos manifiestos que se presentaron. Recojo un párrafo:

Me gusta que muchas jóvenes hayan descubierto la realidad debajo de otra realidad que daban por descontada –nosotras podemos hacer lo que queremos- y me gusta que las veteranas sientan un respaldo, hasta ahora retórico o cicatero de partidos, sindicatos e instituciones, completamente descolocados. Hay que aprovechar el factor sorpresa que ha dejado sin aliento a nuestros interlocutores. Y quiero insistir en el término interlocutores, porque necesitamos hablar, explicar, argumentar y exigir –nos avalan los datos- con la otra mitad: esos hombres con los que compartimos vida y trabajo; y con las instituciones que, incluso si no están controladas por ellos al 100%, sí suelen tener un sesgo masculino en composición y mentalidad del que, de pronto, se han empezado a dar cuenta. Ejemplo, el estupor del mundo judicial cuando, en pleno revuelo por la famosa sentencia (de la manada), descubren que sus instrumentos -Comisión General de Codificación, etc.- no tienen mujeres a bordo, a pesar de la masiva presencia femenina en el sector.

Y, a partir de ahí, enumeraba cambios, datos y perspectivas de los que no he vuelto a oír hablar tras salir de la pandemia, porque la agenda de las mujeres, o ha desaparecido o se ha transformado en algo irreconocible hasta el punto de que son muchas las voces legítimas que hablan del borrado femenino en nombre de las más variadas causas. Causas de las que nunca han sido enemigas las feministas, pero cuyo reconocimiento no puede hacerse a costa de las mujeres, arrojadas nuevamente al rincón si no aceptan ser redefinidas y reubicadas por unos grupúsculos que se arrogan la autoridad para hacerlo.

¿Qué es una mujer?, preguntaba no hace mucho una joven activista durante un acto presidido por la ministra de Igualdad Irene Montero y algunas compañeras de su departamento. ¿Qué es una mujer? La ministra no respondió, pero el hecho de necesitar hacer la pregunta me pareció terrible, como terribles los términos que, repentinamente, se han ido sucediendo para definirnos: progenitor gestante, persona menstruante, aunque luego intenten quitarle hierro al asunto. ¿De la euforia -incluso excesiva- de 2018 hemos pasado a esto? ¿En tan poco tiempo hemos saltado del Me Too a una inseguridad jurídica? ¿De pensar en la educación, la elección de carrera y la promoción a que todo se centre en victimizarnos, por una parte, o hacernos grotescas recomendaciones íntimas por otra? Y si preguntas, cuestionas o criticas la situación, descalificación al canto en términos muy gruesos como han sufrido, tanto mujeres del gobierno que no se identifican con lo que se cuece en él, como expertas de todo tipo con largas trayectorias a la espalda.

En todos mis años en el mundo asociativo no recuerdo que ninguna mujer preguntase si eras de un partido o de otro y, al menos en ejecutivas donde yo he estado, se buscaba la diversidad ideológica para que los planteamientos fueran interesantes y enriquecedores, especialmente cuando invitabas a alguien a participar en una comida o charla. Por supuesto que había feministas de muchos colores y tendencias políticas, incluso mujeres que no se proclamaban feministas, aunque trabajaran por los avances, pero no se adoctrinaba a nadie ni se imponían normas de vida. Los objetivos eran los que eran y los hemos ido haciendo avanzar con más o menos acierto a lo largo del tiempo, escuchadas por gobernantes de diferente signo político en orden a introducir cambios beneficiosos en la legislación -a menudo pioneros en la Unión Europea-, aunque los resultados prácticos no hayan sido tan rápidos como hubiéramos querido porque el cambio profundo nunca es sencillo.

Y, de pronto, en este panorama confuso y desconcertante, se nos “regala” algo que ya estaba programado hace casi veinte años en el ámbito profesional europeo. Me refiero a ese anuncio intempestivo del presidente del Gobierno de imponer la paridad en consejos de administración y todo tipo de estructuras para 2024, adelantándose en este caso un par de años a la fecha tope de trasposición de la directiva europea 2022/2381, cuando España se retrasa con frecuencia.¿ Qué es esto? Y a mí, que he defendido la presencia de mujeres en los puestos de dirección y, por supuesto, en los Consejos me ha dado un vuelco el corazón, porque en medio del progresivo oscurecimiento de nuestra agenda se pasa repentinamente a plantear de manera belicosa algo en lo que se venía trabajando paso a paso y con cierto éxito, al menos entre las grandes compañías del IBEX.

Si he defendido -con otras mujeres- la presencia femenina en toda la cadena de decisión y poder, es por la riqueza probada que aporta la diversidad y el justo reconocimiento a nuestra preparación y talento. Las empresas, para crecer e innovar necesitan personas con conocimientos, audacia, y, cada vez más, humanidad con sus equipos. Esas leyes que hemos armado en los últimos años, de repente se transforman en una especie de imposición a corto plazo, con el riesgo de provocar efectos adversos. Los temas de diversidad son difíciles de implantar porque representan cambios culturales que hay que ir asimilando. Requieren de comunicación y de medidas que calen como una lluvia fina. Hay que trabajar sin parar, porque hay sectores en los que las mujeres van a estar lejos de la paridad por no haberse interesado -como masa crítica- en determinados estudios. En otras ocasiones no están interesadas en lo que se les propone porque, para muchas -y esto es cada vez más aplicable a los hombres- su idea del éxito es tener una vida plena y serena donde se concilien vida personal y profesional. Quiero decir con ello que, una cosa es impulsar la paridad y que haya mujeres en cualquier terna que se presente para diferentes puestos y otra forzar, con olvido de lo que se venía haciendo, una trayectoria de trabajo desde el ordeno y mando y con intereses no muy claros. Los consejos de administración, si a eso vamos, son cada vez más reducidos en número, pero más plurales, con presencias internacionales y con asientos de carácter más temporal y experto, lo que puede facilitar entradas y salidas de hombres y mujeres con una presencia porcentual que puede ir variando.

Por otra parte, para mí siempre ha sido importante el diálogo con los hombres. Avanzar argumentando. Aprovechar todas las posibilidades de esas leyes que hemos ido cambiando con firmeza, pero sin un revanchismo sin sentido. Por desgracia, tampoco este es un buen momento para ese diálogo gracias a la inexplicable sucesión de insultos que vienen acumulando nuestros colegas masculinos desde hace algún tiempo. La comunicación que se realiza sobre la violencia de género -lo expresen o no- les incomoda mucho pues les da la impresión de estar todos metidos en el mismo saco, sospechosos de brutalidad y de ser potenciales violadores. Ojalá canalizaran sus opiniones, pero volvemos a la descalificación en que incurren quienes osan criticar o preguntar.

Si insultamos a nuestros aliados y reforzamos los prejuicios de quienes nunca han sido conscientes del trato injusto que han sufrido las mujeres, mal asunto. Y mal asunto si las propias mujeres se sienten incómodas con actitudes y declaraciones que tampoco comparten. Estamos en un mundo que cambia de forma acelerada, que se enfrenta a situaciones muy complejas y donde la libertad y los derechos humanos corren riesgos. Los de las mujeres, como vemos, son los primeros. No es momento de juegos ni frivolidades y nosotras, como siempre, tenemos la palabra y la posibilidad de actuar sin esperar que nadie nos saque las castañas del fuego.

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