La segunda carrera, preparados, listos, ¿ya?

Coincidí con Alfonso Jiménez -muy conocido en el mundo de los RRHH- en la presentación de Consejos III (Ed. Punto Rojo) el pasado 20 de marzo en el Colegio de Economistas de Madrid. Precisamente, es coautor, junto a Salvador Torres, del artículo “Tengo un Senior cerca” que se incluye en Consejos. Ambos son socios de Exec Avenue. Amablemente, me regaló el último título que ha escrito él, fruto de su gran experiencia: La segunda carrera. Todo lo que un directivo puede hacer tras finalizar su etapa ejecutiva. (Ed. Almuzara).  Me pidió también mi opinión, no solo por mi propia experiencia en la materia, sino porque siempre me he pronunciado contra el edadismo y la perdida de talento que supone. 

He leído el libro con mucho interés y una facilidad que se agradece, ya que está muy bien escrito y es muy didáctico. Digo esto, porque, a menudo, se teoriza de manera poco realista sobre las opciones tras la salida de una empresa, como si una buena carrera abriera, automáticamente, mil posibilidades de futuro. En ese sentido, el autor se inclina más porque el directivo tenga siempre en el horizonte mental la interrupción de su trayectoria, no como amenaza, sino como previsión.

Sea voluntaria, forzada por circunstancias o como colofón laboral, haber realizado el ejercicio de pensar en un plan B puede convertir esa salida en el punto de partida de una segunda (y exitosa) carrera profesional o en una etapa en la que el ejecutivo encontrará alicientes vitales y un nuevo compromiso social a partir de la experiencia adquirida. Me viene a la mente el salto que realizó un politólogo en la crisis del 2008: decidió darle una vuelta a todo y dedicarse a una pasión secreta, la restauración de muebles. Se formó para profesionalizarse y triunfó, tanto en el plano personal como en lograr un buen medio de vida.Pero, para llegar hasta ahí, tuvo que haber pensado en ello más de una vez, además de tener la audacia de abandonar lo conocido.

Alfonso Jiménez otorga mucha importancia a la red de contactos para iniciar esa segunda carrera, pero hay que estar muy ágil para mantenerlos vivos y enriquecerlos ya que el mercado se renueva rápidamente. Mucho del reconocimiento conseguido se apoya en los méritos, desde luego, pero también es consustancial al cargo, de ahí la necesidad de una cierta alerta y no dar nunca nada por sentado.

Dentro de ese plan B, el primer paso, evidentemente, es el autoconocimiento. El profesional tiene que ver qué puede aportar en el momento de la salida y si le conviene aprender algo nuevo y complementario para actualizar su formación. En cualquier caso, el senior parte con cuatro activos: conocimiento de temas; experiencias vividas; marca personal y la señalada red de contactos.

El autor insiste en la importancia de la marca personal, que se va construyendo y que se traduce en una mayor o menor notoriedad, facilitadora de proyectos. Cuando sales al mercado tienes que venderte y seguir, además, desarrollando la marca, y, en mi opinión, ya sin la protección de la tarjeta de empresa.Esto es importante, porque si la salida de la posición directiva se produce con más de 55 años, no se deberían poner demasiadas esperanzas en encontrar, al menos en nuestro país, un nuevo proyecto ejecutivo similar al anterior.

El directivo tiene que valorar sus alternativas en función de tres variables: el riesgo que quiere asumir, la dedicación que quiere tener y, muy importante, su situación financiera, tanto en términos patrimoniales como de necesidades de renta para la nueva etapa. Hoy, las carreras directivas suelen ser más cortas en las empresas, lo que, llegado el caso, implica indemnizaciones menores que en el pasado. Por eso conviene -y mejor antes que después-, analizar las cifras y asesorarse porque, aunque se hayan manejado presupuestos, no todo el mundo tiene preparación financiera para su “plan de negocio” personal.

Tengo que señalar que Alfonso Jiménez -como Salvador Torres- trabajan en una compañía donde se hace mentoring de la segunda carrera y son buenos expertos en impulsar la reinvención profesional con una perspectiva fresca y visionaria. En este sentido, el libro me parece una fuente de conocimiento y de inspiración práctica, como cuando se anima a plantearse los primeros proyectos con un nivel de exigencia razonable, sin utopías ni ego, porque luego ya habrá opciones de mejorar la paleta.

Con frecuencia, el senior aspira a ocupar un puesto de consejero o a integrarse en otro órgano de consulta donde pueda dar salida a su experiencia. Y volvemos a la previsión: se tiene que haber trabajado un terreno previamente, o al menos examinado, para encaminar los pasos. Y volvemos al autoconocimiento: no todos los ejecutivos son buenos consejeros, porque como tales, valoran y aprueban, pero no pueden actuar ni interferir. Si, con todo, es una opción posible, deben contar con la formación complementaria en Buen Gobierno y saber que asumen riesgos legales, reputacionales y patrimoniales.

Formar parte de un consejo asesor es interesante, porque se trata de un órgano muy flexible, informal y no regulado. Sirven de apoyo al gobierno o dirección de las organizaciones, donde los seniors con conocimientos específicos de un mercado son muy bien venidos… O serlo en un futuro, porque todavía no está muy desarrollada esta salida en España y aún resulta un poco aleatoria.

La vía de los Senior Advisors es atractiva. Son profesionales que quieren seguir activos y ofrecen lo que saben para determinados proyectos a una o varias sociedades, a tiempo parcial y sin exclusividad. Es una opción muy interesante para una segunda carrera. En este sentido, tengo que añadir que su servicio es muy positivo para las cúpulas empresariales o áreas de negocio específicas, entre otras cosas por su juicio independiente rompe la peligrosa visión de túnel que se puede instalar en una empresa y trae aire nuevo. Por cierto, los Senior Advisors del norte de Europa tienen de media siete años más que los del sur, lo que implica, en mi opinión, que nos llevan delantera en el aprovechamiento del talento.

Dentro del ámbito asesor, el libro plantea otras opciones, como la colaboración con el ecosistema de fondos, el Intern Management o la función de Business Angels -que requiere patrimonio disponible-, además de la asesoría a start ups donde la recompensa no suele ser monetaria, pero sí en acciones. Es muy gratificante en más de un sentido.

La segunda carrera puede tener un enfoque emprendedor: uno de cada cuatro senior se lanza a montar su propia empresa, frente a tres de cada cuatro trabajadores por cuenta ajena. Ser ejecutivo no es lo mismo que ser empresario, pero si se tienen cualidades (otra vez el autoconocimiento), los proyectos que salen adelante se mantienen más allá de los setenta años largos del emprendedor.

La actividad docente se convierte en segunda carrera si se ha ejercido de una forma u otra durante la etapa ejecutiva. Las universidades y centros privados se interesan por los perfiles ejecutivos más relacionados con el día a día de la gestión y la empresa y es cuestión de analizar las propias posibilidades. 

Fundaciones, asociaciones y ongs también se interesan por quienes han llevado o colaborado con proyectos de impacto conocido. Haber estado en contacto con ellas antes de la salida de la empresa es una buena fuente de contactos y de posibilidades, porque son instituciones que necesitan rendimiento desde el primer día y no pueden aceptar -sin que alguien les avale- personas sin experiencia útil en el campo en el que operen.

Hoy que reconocer también las posibilidades de convertirse en Gurú/Influencer, aunque eso exige habilidades comunicativas importantes. Las habilidades tecnológicas también cuentan, pero es relativamente sencillo dominarlas. Las cosas se aceleran cuando se tiene éxito con algún libro o Podcast. Para los libros y conferencias suele necesitarse una editorial o una agencia que mueva las cosas, al menos en principio.

La segunda carrera… es libro que nunca sería pronto para leer, cuando se ha comenzado la trayectoria en una empresa. Me parece, además, un buen punto de partida para muchas reflexiones sobre cómo enfocamos la vida laboral -sobre todo en nuestro país-, cómo valoramos el talento, cómo lo cultivamos, como nos cuidamos -la idea de la salud es muy interesante- y cómo podemos dar un vuelco a la vida profesional, tanto si es por voluntad propia como forzados por las circunstancias. Un vuelco positivo y con frecuencia de éxito.

Un desayuno en Carabaña

Tengo la suerte de moverme entre personas (y en sectores), que luchan por sacar adelante proyectos, aunque enfrentándose a veces a dificultades incomprensibles. Esa suerte me llevó, el pasado 2 de febrero, hasta Carabaña, un pueblo pintoresco  bastante cerca de Madrid, con un potencial enorme (si se lo permiten desarrollar). Objetivo, asistir al Desayuno Informativo Liderazgo Mujer Rural, convocado por AFAMMER (Asociación de Familias y Mujeres del Medio Rural). Creada en 1982, con una visión pionera (y ahora diría que profética) aglutina a 195.000 mujeres del mundo rural español, lo que le da una perspectiva muy completa de lo que pasa en el campo y en la España vaciada.

Fundadora y presidenta, Carmen Quintanilla, conocida por su calidad humana y su enorme capacidad de trabajo y diálogo. Cuando pienso en feminismo de verdad y en compromiso con la sociedad, tengo que nombrarla a ella.

El encuentro vino a coincidir con los tractores en las carreteras y calles españolas, con reivindicaciones que ya resultaban atronadoras cuando llegó la pandemia en 2019. Entonces, “el campo” aparcó su malestar pensando en el bien común y el pago que recibió fue la amnesia y el renovado frenesí legislador de la lejanísima Bruselas, secundado por algunos gobiernos nacionales. No me voy a meter en dibujos analizando la compleja situación de agricultores y ganaderos, porque escapa a mis posibilidades, pero sí tengo claro que, ni nuestro país ni el resto de las naciones europeas pueden jugar a poner en riesgo nuestra independencia alimentaria. Tampoco me parece de recibo que el más que necesario respeto al medio ambiente -algo que entienden muy bien quienes viven en medio de la naturaleza- puede convertirse en una trampa asfixiante. Dicho eso, también creo en el libre comercio, con el que los países terceros se desarrollen vendiendo sus productos, pero siempre con una razonable igualdad de condiciones.

En el desayuno experimenté un déjà vu inquietante. Les cuento: mi interés por la mujer rural no es nuevo. Me habré movido más en los despachos que entre los cultivos, pero mujeres rurales y urbanas han tenido siempre puntos de coincidencia: dificultades profesionales, de reconocimiento de esfuerzos y méritos, dobles y triples jornadas, problemas financieros para emprender, etc. Aunque con el añadido -en el campo- de falta de servicios entre otros lastres. Otra cosa ha unido en las últimas décadas a urbanas y rurales: una creciente preparación académica y profesional que, en el caso de las mujeres del campo, empezó a generar su deserción en busca de mejores oportunidades. Y con esa deserción se debilitaron los pueblos, la natalidad -ya escasa en España- caería en picado por toda la geografía, dificultándose el relevo generacional en los trabajos y perdiéndose oportunidades de desarrollo.

Las mujeres representan un declinante 49% de la población rural (2 de cada 3 se marchan); un 30 % de las explotaciones agrarias están en sus manos y solo el 15% son propietarias de la tierra. Ya he señalado que la salida de las mujeres no es nueva, y en 2011 se legisló para que pudieran compartir la propiedad de la tierra bajo ciertas circunstancias, pero la Ley, así como la inquietud de la Administración, o no se entendió bien o no se pudo llevar hasta el final. De hecho, estaba previsto que beneficiara a unas 15.000 mujeres y solo llegó a 1.257 según el Registro General de Titularidad Compartida.

Lo interesante -de ahí lo del déjà vu– es que, en aquellos momentos, parecía darse un panorama más esperanzador del que existe en estos momentos para el campo y su futuro. He repasado mis papeles porque, hace doce años, tuve el privilegio de dar una charla en Córdoba, un encuentro con estudiantes y futuras jóvenes directivas donde pasamos revista a las posibilidades que les ofrecía el ámbito rural, aunque hubiera mucho que combatir y cambiar. Si mejoraban algunas infraestructuras -desastrosas en buena parte del territorio-, internet, por ejemplo y la tecnología en general, abrían la posibilidad de interconexiones más allá del territorio propio, de replantear formas de negocio y de acceder al aprendizaje, la educación y hasta las distracciones que hicieran más acogedores y habitables los lugares aislados. Eso, sin contar con las posibilidades incrementadas en la actualidad, de que lugares próximos a núcleos urbanos importantes, pudieran acoger nueva población que pudiera ir y venir de su trabajo con unas buenas comunicaciones. Esa perspectiva quitaría presión sobre la vivienda en las ciudades y estimularía los negocios y opciones en los pueblos. En 2012, por otra parte, teletrabajar tampoco era tan fácil ni tan frecuente, pero es algo que podría añadirse a la oferta del ámbito rural.

Hablamos en aquella charla de Biotecnología, aplicado a la industria alimentaria o ganadera, un sector importantísimo en nuestro país. De Ecoindustrias. De Energías Renovables, planteadas con inteligencia y criterio. A un nivel más modesto, repasamos los nichos de ocupación que algunas mujeres rurales habían encontrado, relacionados con el cuidado de dependientes en servicios muy concretos, de los cultivos especializados, pensados en términos gourmet o cosméticos. El turismo tenía también mucho que ofrecer, más allá de la típica casita rural, como la puesta en marcha de rutas o de iniciativas que relacionasen varios pueblos y supusieran alicientes gastronómicos o de otro tipo, así como los de cuidados y salud que representan balnearios y otros centros.

La sostenibilidad aparecía como otro factor de empleo y arraigo. En cifras que manejé entonces, emitidas por el Observatorio de la Sostenibilidad, la gestión del ciclo integral del agua (esto es, a medias urbano, a medias rural) podía proporcionar 58.000 empleos en un próximo futuro; la recogida y tratamiento de residuos (muchos, punto de partida para biomasa) 140.00 empleos; la agricultura y ganadería sostenibles, 50.000 empleos; la conservación de espacios naturales, 43.000 empleos. Este Observatorio era tan optimista que multiplicaba los actuales trabajadores del campo por cuatro para 2020.

¿Es de este mundo rural del que podríamos hablar ahora? ¿Qué ha pasado? ¿Podemos culpar de todo a la pandemia? ¿Dónde estamos en estos momentos? ¿Qué han estado haciendo en los despachos de Europa y en nuestros despachos?

Aunque algunos se resistan a aceptarlo, la situación de la mujer suele ser un termómetro de la realidad social. Es cierto que la pandemia animó a muchas a volver al campo para emprender: con muchos obstáculos burocráticos, dicho sea de paso. Pero el caso es que la preocupación que se despertó en 2011 sobre el significado de su fuga se repitió con otro Diagnóstico de la Igualdad en el Medio Rural emitido por el Ministerio de Agricultura en 2021. Se ve que no llegó donde debía.

Ahora muchos se echan las manos a la cabeza con los tractores -y los ganaderos y ya vendrán los pescadores- y sacan a relucir promesas y palabras. Poco hablan quienes tanto legislan sobre el mundo rural de la ausencia de infraestructuras y servicios -guarderías, sí, educación y sanidad (¡y bancos!) que facilitarían la vida y el arraigo. Se han acelerado internet o digitalización, pero no todos los pueblos tienen asegurado el servicio, a pesar de que una Administración de espaldas a esa realidad, así como al envejecimiento de una población que no nació con la pantalla bajo el brazo, exige cada vez una mayor relación online con el ciudadano. Y, por cierto, una queja que hemos escuchado estas semanas es que el 80% de las ayudas comunitarias de la PAC se las llevan un 20% de las explotaciones en España, grandes explotaciones, beneficiadas, no por favoritismo, sino porque pueden disponer de abogados y gestores capaces de enfrentarse a la maraña de exigencias, casi inasumibles por el campesino o ganadero solitario.

Todo o casi todo podría solventarse si la situación del campo fuera económicamente boyante, pero la precariedad ya era grande antes de la pandemia. Se sacaron de la manga entonces esa ley de cadena alimentaria que podría contrarrestar el poder -supuesto o real- de la distribución sobre el productor. No era el único problema, pero ahora se reconoce que esa flamante ley nunca llegó a ponerse realmente en marcha.

Con un horizonte de 2.500 millones más de habitantes en el mundo, la idea de desmantelar el campo, por acción o por omisión, significa mucha ceguera por parte de las autoridades comunitarias y de las más próximas. Un medio rural vivo y con futuro es imprescindibles para garantizar la seguridad alimentaria, conservar nuestro patrimonio rural y ofrecer extraordinarias oportunidades a las mujeres y con ellas a sus familias y a muchos urbanitas que prefieren otro estilo de vida y un país más diverso y productivo.

Despues del 8M ¿Dónde estamos las mujeres?

He dejado pasar el tiempo tras el ruido mediático del 8M, ese Día de la Mujer que ha ido modificando su denominación y su percepción con el paso de los años. He querido reflexionar porque, tras 31 años implicada en un activismo feminista centrado en el plano laboral y profesional, tengo la impresión de que nunca había vivido momentos tan confusos como los actuales. Por supuesto, me he preguntado si no estaría cayendo en un prejuicio generacional, que desdeña los planteamientos de las mujeres jóvenes y añora las iniciativas “de mis tiempos”. No es así, porque la lucha por los derechos de la mujer y los cambios sociales aparejados vienen implicando un esfuerzo continuado de muchas mujeres desde hace décadas, donde un paso sigue a otro paso, un esfuerzo a otro y donde a veces se aceleran los tiempos o – ¿sería este el caso? – parecen bloquearse y hasta retroceder.

He repasado el artículo que escribí en 2018, tras aquellas gigantescas manifestaciones del que fue un 8 de marzo transversal y optimista, incluso si no se compartían algunos manifiestos que se presentaron. Recojo un párrafo:

Me gusta que muchas jóvenes hayan descubierto la realidad debajo de otra realidad que daban por descontada –nosotras podemos hacer lo que queremos- y me gusta que las veteranas sientan un respaldo, hasta ahora retórico o cicatero de partidos, sindicatos e instituciones, completamente descolocados. Hay que aprovechar el factor sorpresa que ha dejado sin aliento a nuestros interlocutores. Y quiero insistir en el término interlocutores, porque necesitamos hablar, explicar, argumentar y exigir –nos avalan los datos- con la otra mitad: esos hombres con los que compartimos vida y trabajo; y con las instituciones que, incluso si no están controladas por ellos al 100%, sí suelen tener un sesgo masculino en composición y mentalidad del que, de pronto, se han empezado a dar cuenta. Ejemplo, el estupor del mundo judicial cuando, en pleno revuelo por la famosa sentencia (de la manada), descubren que sus instrumentos -Comisión General de Codificación, etc.- no tienen mujeres a bordo, a pesar de la masiva presencia femenina en el sector.

Y, a partir de ahí, enumeraba cambios, datos y perspectivas de los que no he vuelto a oír hablar tras salir de la pandemia, porque la agenda de las mujeres, o ha desaparecido o se ha transformado en algo irreconocible hasta el punto de que son muchas las voces legítimas que hablan del borrado femenino en nombre de las más variadas causas. Causas de las que nunca han sido enemigas las feministas, pero cuyo reconocimiento no puede hacerse a costa de las mujeres, arrojadas nuevamente al rincón si no aceptan ser redefinidas y reubicadas por unos grupúsculos que se arrogan la autoridad para hacerlo.

¿Qué es una mujer?, preguntaba no hace mucho una joven activista durante un acto presidido por la ministra de Igualdad Irene Montero y algunas compañeras de su departamento. ¿Qué es una mujer? La ministra no respondió, pero el hecho de necesitar hacer la pregunta me pareció terrible, como terribles los términos que, repentinamente, se han ido sucediendo para definirnos: progenitor gestante, persona menstruante, aunque luego intenten quitarle hierro al asunto. ¿De la euforia -incluso excesiva- de 2018 hemos pasado a esto? ¿En tan poco tiempo hemos saltado del Me Too a una inseguridad jurídica? ¿De pensar en la educación, la elección de carrera y la promoción a que todo se centre en victimizarnos, por una parte, o hacernos grotescas recomendaciones íntimas por otra? Y si preguntas, cuestionas o criticas la situación, descalificación al canto en términos muy gruesos como han sufrido, tanto mujeres del gobierno que no se identifican con lo que se cuece en él, como expertas de todo tipo con largas trayectorias a la espalda.

En todos mis años en el mundo asociativo no recuerdo que ninguna mujer preguntase si eras de un partido o de otro y, al menos en ejecutivas donde yo he estado, se buscaba la diversidad ideológica para que los planteamientos fueran interesantes y enriquecedores, especialmente cuando invitabas a alguien a participar en una comida o charla. Por supuesto que había feministas de muchos colores y tendencias políticas, incluso mujeres que no se proclamaban feministas, aunque trabajaran por los avances, pero no se adoctrinaba a nadie ni se imponían normas de vida. Los objetivos eran los que eran y los hemos ido haciendo avanzar con más o menos acierto a lo largo del tiempo, escuchadas por gobernantes de diferente signo político en orden a introducir cambios beneficiosos en la legislación -a menudo pioneros en la Unión Europea-, aunque los resultados prácticos no hayan sido tan rápidos como hubiéramos querido porque el cambio profundo nunca es sencillo.

Y, de pronto, en este panorama confuso y desconcertante, se nos “regala” algo que ya estaba programado hace casi veinte años en el ámbito profesional europeo. Me refiero a ese anuncio intempestivo del presidente del Gobierno de imponer la paridad en consejos de administración y todo tipo de estructuras para 2024, adelantándose en este caso un par de años a la fecha tope de trasposición de la directiva europea 2022/2381, cuando España se retrasa con frecuencia.¿ Qué es esto? Y a mí, que he defendido la presencia de mujeres en los puestos de dirección y, por supuesto, en los Consejos me ha dado un vuelco el corazón, porque en medio del progresivo oscurecimiento de nuestra agenda se pasa repentinamente a plantear de manera belicosa algo en lo que se venía trabajando paso a paso y con cierto éxito, al menos entre las grandes compañías del IBEX.

Si he defendido -con otras mujeres- la presencia femenina en toda la cadena de decisión y poder, es por la riqueza probada que aporta la diversidad y el justo reconocimiento a nuestra preparación y talento. Las empresas, para crecer e innovar necesitan personas con conocimientos, audacia, y, cada vez más, humanidad con sus equipos. Esas leyes que hemos armado en los últimos años, de repente se transforman en una especie de imposición a corto plazo, con el riesgo de provocar efectos adversos. Los temas de diversidad son difíciles de implantar porque representan cambios culturales que hay que ir asimilando. Requieren de comunicación y de medidas que calen como una lluvia fina. Hay que trabajar sin parar, porque hay sectores en los que las mujeres van a estar lejos de la paridad por no haberse interesado -como masa crítica- en determinados estudios. En otras ocasiones no están interesadas en lo que se les propone porque, para muchas -y esto es cada vez más aplicable a los hombres- su idea del éxito es tener una vida plena y serena donde se concilien vida personal y profesional. Quiero decir con ello que, una cosa es impulsar la paridad y que haya mujeres en cualquier terna que se presente para diferentes puestos y otra forzar, con olvido de lo que se venía haciendo, una trayectoria de trabajo desde el ordeno y mando y con intereses no muy claros. Los consejos de administración, si a eso vamos, son cada vez más reducidos en número, pero más plurales, con presencias internacionales y con asientos de carácter más temporal y experto, lo que puede facilitar entradas y salidas de hombres y mujeres con una presencia porcentual que puede ir variando.

Por otra parte, para mí siempre ha sido importante el diálogo con los hombres. Avanzar argumentando. Aprovechar todas las posibilidades de esas leyes que hemos ido cambiando con firmeza, pero sin un revanchismo sin sentido. Por desgracia, tampoco este es un buen momento para ese diálogo gracias a la inexplicable sucesión de insultos que vienen acumulando nuestros colegas masculinos desde hace algún tiempo. La comunicación que se realiza sobre la violencia de género -lo expresen o no- les incomoda mucho pues les da la impresión de estar todos metidos en el mismo saco, sospechosos de brutalidad y de ser potenciales violadores. Ojalá canalizaran sus opiniones, pero volvemos a la descalificación en que incurren quienes osan criticar o preguntar.

Si insultamos a nuestros aliados y reforzamos los prejuicios de quienes nunca han sido conscientes del trato injusto que han sufrido las mujeres, mal asunto. Y mal asunto si las propias mujeres se sienten incómodas con actitudes y declaraciones que tampoco comparten. Estamos en un mundo que cambia de forma acelerada, que se enfrenta a situaciones muy complejas y donde la libertad y los derechos humanos corren riesgos. Los de las mujeres, como vemos, son los primeros. No es momento de juegos ni frivolidades y nosotras, como siempre, tenemos la palabra y la posibilidad de actuar sin esperar que nadie nos saque las castañas del fuego.

La boca seca. Apunte sobre la soledad.

Como tantas españolas de mi edad, en mi infancia y adolescencia no supe lo que era la soledad. Mi casa era un permanente ir y venir de vecinos, de primos y tíos que no necesitaban anunciarse puesto que estaban como en su casa. Y cuando no eran ellos, eran el lechero, el afilador de cuchillos, la campesina que vendía su queso de cabra, el mendigo, el cartero, etc. Al trasladarnos de Tánger a Madrid, mi madre no paraba de quejarse de la soledad, y, sin embargo, vivía con su hija, su yerno y sus tres nietos, amén de algunas vecinas que a menudo venían a saludarla. Si nos ausentábamos unas horas, conocíamos la cantinela que nos esperaba al llegar a casa: «Se me ha secado la boca de no hablar durante tanto tiempo; yo no soporto esto de la soledad». Evidentemente era inútil tratar explicarle que su soledad era muy relativa, y que había muchas personas de su edad o de cualquier edad a las que les encantaría conocer ese tipo de «soledad». Debo confesar que, durante muchos años, no entendí su actitud y la interpretaba como una patología debida al destierro y a la edad. Algo he evolucionado sobre ese tema y entiendo mejor que la soledad no es solo la falta de una presencia, sino la falta de un tipo de presencia.

Nuestra época ha hecho que la soledad sea imposible. En casa tenemos todos, o casi todos, radio, tele, internet, y algún que otro artefacto electrónico de última generación. Llegas, te sientas en tu sillón, enciendes la tele o lo que sea, e inmediatamente la gran comunidad de los seres humanos entra hasta la cocina. Quieres ver fútbol, pues fútbol; escuchar conciertos, pues conciertos; tener noticias de la última locura de Kim no sé qué, pues el tal Kim. Basta que los llames y todos, todos, acuden a tu casa en un iridiscente festejo de sonidos e imágenes, como ningún soberano de siglos pasados, por más poderoso que fuese, podía soñar. Así que, ¿good by loneliness?, ¿adiós soledad? ¡Tremendo error ! La soledad no solo permanece, sino que gana terreno. Quizá más callada, menos visible que en otros tiempos, pero también más astuta y más perniciosa; en todo caso más omnipresente.

Se nos ha olvidado el precepto bíblico que dice (Gen. 2 :18) : “no es bueno que el ser humano (la Biblia dice que el ‘hombre’ ) esté solo”. A ese vejestorio ideológico le ha sustituido el lema «¡qué bien se está solo!», tópico que no admite contradicción. Y es posible, efectivamente, como afirma la sabiduría popular, que a veces se esté mejor solo que mal acompañado. Quién negará que existen presencias tan toxicas que la soledad es un envidiable alivio. Pero “no tengo en ellos ningún contentamiento» (Eclesiastés 12: 1) puede ser que ni el móvil, ni la tele, ni internet basten para poblar tu soledad, porque un ser humano no es solo voz e imagen, sino ese algo más que se llama una presencia, la irreductible singularidad de una mirada, el calor del contacto de una mano, la alegría que da una palabra dirigida, no a millones de seres humanos, sino a ti, a ti solo, a ti sola. En unos tiempos tan inhumanos que pregonar el humanismo parece casi indecente, lo que nos enseña, de muy mala gana, el mundo de la tecnología más avanzada es que, a pesar de todo, el remedio más eficaz contra la soledad es también el más antiguo, es decir, la presencia de lo que tan bien se llama el próximo, cualquiera sea la forma que se le de a esa proximidad.

Arquitectos de un nuevo espacio

Aunque el mes de julio quede atrás a estas alturas, recordareis que, con la llegada del calor sofocante, se quedó Madrid los fines de semana, como solía quedarse solo en agosto – vacío. Y que, al comentarlo, salía inevitablemente a colación el teletrabajo, pues fueron muchos los profesionales que se escapaban de la ciudad el jueves y regresaban el lunes, aprovechando el “formato híbrido”. Las conversaciones giraban comúnmente en torno al número de días que cada empresa concede para el trabajo en remoto, el número de plazas disponibles en las oficinas para el trabajo presencial, el tipo de perfil del que ha de garantizarse cobertura en la oficina en cualquier circunstancia, o si la empresa permite o no cogerse el lunes y viernes desde casa. ¿Quién? ¿Cuándo? ¿Dónde? Lo que se llama, la nueva logística del trabajo.

El ¿por qué? huelga comentarlo por de sobra conocido (medidas preventivas anti-covid, ahorros de todo tipo, etc.) pero, ¿qué hay del “para qué”? La pregunta (retórica y provocativa), la planteaba a su equipo una amiga, Directora de Innovación para una gran compañía del IBEX 35, y la aplaudo.

¿Para qué? ¿Para qué vamos a la oficina? Antes decíamos que “a trabajar” pero, ahora que lo hacemos desde casa, desde el coche o en la playa, ¿A qué vamos? ¿A seguir enlazando una call con otra y a ponernos los auriculares entre calls, tal y como nos hemos acostumbrado a hacerlo en casa, para poder seguir concentrados? ¿Podríamos o deberíamos en ese caso dejar de ir del todo y seguir en remoto la totalidad del tiempo? ¿No? ¿Por qué? ¿A qué estaríamos renunciando? O lo que es peor, ¿Qué hemos perdido ya en el proceso y a qué coste?

Se están difuminando en los equipos las relaciones informales, que tan importantes han sido siempre para engrasar los infinitos procesos que rigen el día a día, para propiciar la polinización cruzada de la que se alimenta la innovación y para crear identidad de marca a nivel interno. La tendencia para remediarlo y “hacer equipo” es llevarse a un puñado de directivos a pasar unos días fuera de la oficina, lo cual, si bien es cierto que ayuda a esos cuantos elegidos a retejer así sus vínculos a golpe de parador o de cata de vino, no parece que sea lo que pueda resolver el problema de forma eficiente, sostenible y escalable en las organizaciones.

Lejos de caer en el pesimismo, veo en la tesitura actual una gran oportunidad de redefinir el concepto de “espacio de trabajo deseable” que, más allá de sus dimensiones físicas (presenciales o virtuales) definiría como un nuevo nivel de conciencia, un espacio más interno que externo, amueblado con los valores de la colaboración que, como los de la gestión de la diversidad a la que me dedico desde hace más 30 años, son lo de la escucha activa, la empatía, el feedback constructivo, la humildad, el aprendizaje continuo y la generosidad. Y es que, si algo dejó claro la pandemia, es que necesitamos de formas de trabajo más profundamente colaborativas si queremos resolver con éxito los muchos retos que tenemos por delante a nivel global.

Las reuniones que deberíamos pues priorizar cuando coincidimos en la oficina son aquellas que nos ayuden a practicar esos valores mediante ejercicios grupales aplicados a escenarios de trabajo reales, personales y presentes. Y la mejor forma de conseguir que el nuevo paradigma empape al conjunto de la organización, es mediante la formación de comunidades o redes de codesarrollo, fuera del equipo natural y al margen de un proyecto que los participantes tuvieran que desarrollar juntos. El nuevo espacio es más bien un nuevo método diseñado para crear conexiones interpersonales de alta calidad, humanizadas y eficaces, que capitalizan y desarrollan la inteligencia colectiva de la organización más allá de los amiguismos y de los silos, que tan enemigos son del cambio y del crecimiento.

Sigamos planteando pues la preguntas que importan, porque representan el 80% de la solución.

Y ahora, es tiempo de ponernos manos a la obra.

Israel y sus paradojas

He visitado recientemente Israel (*) con siete destacadas directivas y ejecutivas de distintos sectores, en un viaje organizado por la Embajada de Israel. Pertenezco a la Cámara de Comercio España-Israel desde su fundación, en 2005 y me parecen muy útiles estas salidas que, con cierta informalidad en este caso, permiten conocer el ecosistema tecnológico, de innovación y emprendimiento de un país lleno de contrastes y dificultades, pero a la vez vital y pujante, algo que resulta inspirador cuando se atraviesan épocas de crisis, como las que hemos venido encadenando en España en los últimos años.

De hecho, si tuviese que definir la realidad israelí con una sola idea yo hablaría del país de las paradojas. Tal vez otros prefieran el término milagro, pero como no todo el mundo cree en una transcendencia, prefiero permanecer en el terreno de lo concreto, que en España a menudo se suele ignorar, porque todavía se proyectan sobre un Estado nacido en 1948 tópicos y caricaturas forjadas, algunas, en los días de la Inquisición y en la pereza mental posterior. Para no parecer desfasados, esos prejuicios se revisten hoy con algunas pinceladas más contemporáneas como lo del Estado del apartheid, concepto al que recientemente dio carta de naturaleza el Parlamento de Cataluña, en mi opinión de forma bochornosa. Unos datos fácilmente comprobables hubieran ahorrado a esa cámara semejante falta de criterio. Veamos:

= El 20 por ciento de la población de Israel es árabe y goza de los mismos derechos que los judíos. Todavía pocos, pero en número creciente, hay embajadores, jueces, altos funcionarios y diputados árabes. Basta pasearse por las calles de las ciudades israelíes para descubrir que una gran parte de los farmacéuticos son árabes, y lo mismo sucede con los médicos. El gobierno que acaba de dimitir solo pudo formarse con el apoyo de un partido islamista. ¿Qué persona sensata puede llamar a eso “apartheid”? Que el problema de los territorios ocupados esté ahí, candente, nadie lo puede negar, pero ¿quién se atrevería a decir que los palestinos han facilitado una solución negociada? Por el contrario, en los países árabes, antes de 1948, había más de un millón de judíos. Ahora quedan a lo sumo tres o cuatro mil.

= Otra paradoja es el contraste entre la estructura sociológica del Estado y la potencia de su acción. El 13 por ciento de la población judía la componen ultraortodoxos, de los cuales una mayoría no trabaja y consagra su tiempo al estudio de la Tora. Una parte de ellos son hostiles al sionismo, ya que piensan que solo Dios tenía la potestad de restablecer un Estado judío, lo cual no les impide exigir la ayuda de ese mismo Estado que desprecian para sus instituciones o para mantener a sus familias. Esto último no es extraño, tienen una natalidad increíblemente elevada, pero los ingresos los traen ellas, las madres y esposas, que son las únicas que trabajan a pesar de sus obligaciones domésticas. El hecho de que gran parte de estos jaredíes, además de no aportar productivamente, no quieran hacer el servicio militar crea fuertes tensiones con el sector laico de la población, que no entiende porque ellos deben exponer a sus hijos, mientras que los otros se quedan rezando o estudiando en las sinagogas. Con la llegada en los años 90 de la inmigración rusa, la tensión ha subido de tono ya que, según los criterios más puristas religiosamente hablando, esta población no es “judía”, creando situaciones conflictivas entre dos sectores que, como los demócratas y republicanos en USA, cada vez son más incapaces de dialogar. En resumen, Israel tiene 9,2 millones de habitantes, pero muchos consideran que solo son 6,4 los que cargan con el peso de sacarlo adelante.

= Más paradojas. A pesar de la situación geopolítica tan compleja, en esos medidores que se aplican para determinar el nivel de desarrollo de un país, donde hoy se incluye la felicidad de sus ciudadanos, el índice de contento y satisfacción de Israel ha pasado del puesto 14 mundial en 2020, al 9 en 2022. Es posible que a eso contribuya el esfuerzo tan grande de las familias para permanecer unidas y disfrutar unos con otros, lo que ahuyenta la soledad frecuente en los países europeos. Por otra parte, como hay poco servicio doméstico, la única ayuda que tienen las jóvenes parejas es la que les puedan brindar las familias. Los mayores, sin embargo, sí suelen contar con atención externa -generalmente filipinos y sudamericanos- que les permite ser atendidos y permanecer en su casa. En las conversaciones que mantuvimos con diferentes personas se notaba ese sentido del presente, del ahora, donde es mejor destacar lo positivo de las situaciones y obviar lo negativo, además de compartir un objetivo común y es el de sacar el país adelante, aunque no siempre resulte sencillo.

La situación de los jóvenes es llamativa, si se compara con la de los chicos de otros lugares. Cuando terminan la selectividad y cumplen los 18 años entran en el ejército, ya clasificados según sus notas y perfil. Los mejores en matemáticas o física, por ejemplo, tienen destinos que implican investigación, además de su preparación militar. Dadas las circunstancias de Israel, no es un servicio militar confortable por las posibilidades de conflicto, así que salen con una inevitable dosis de fortaleza y resiliencia y, generalmente, también con ganas (viajeras) de cambiar de aires. A los 21 o 25 años empiezan una carrera -es frecuente que sumen más de uno y dos títulos académicos- con la ventaja de abordarla con más madurez. Tal vez por el espíritu práctico de esta sociedad y ya que la titulación es lo común, es habitual que en las entrevistas de trabajo se pregunte más por los logros y la capacidad de aportación a ese empleo que por los másteres acumulados. También se casan pronto normalmente, sin necesidad de diferir la maternidad/paternidad como vemos en España. Todas las mujeres con las que nos entrevistamos tenían todas ellas cuatro hijos. A los niños, hay que decirlo, se les cuida mucho, pero tienen más libertad y autonomía de lo que se acostumbra en España.

Un país dividido étnicamente, con ciudadanos procedentes de 90 países -ahora se está integrando a unos 15.000 ucranianos refugiados-, de tradiciones muy diferentes, fracturado ideológicamente por la confrontación entre religiosos y laicos, amenazado a diario por Irán, que no disimula su intención de destruirlo, todo eso llevaría a pensar que Israel se encuentra en una posición de gran fragilidad. Pero es exactamente lo contrario. El país jamás fue tan próspero como ahora, y jamás su posición en el concierto de las naciones fue tan potente, con nuevas alianzas, además, impensables hace unos años. Son las paradojas de Israel, que -yo apostaría- constituyen uno de sus motores de progreso.

(*) En datos de 2021, la renta per cápita de Israel era de 43.466 euros  y el PIB de 481 mil millones de US dólares. Está en la lista de los 30 países más ricos del mundo. La inflación, en 2021, estaba en el 1,49% (la media en la UE era del 2,62%). El shekel, la moneda nacional, ha alcanzado la cotización más alta frente al dólar de los últimos años y se ha apreciado un 20% en 2021, lo que convierte a Israel en un país bastante caro. Desde el punto de vista económico, los avances tecnológicos han mejorado las exportaciones y el descubrimiento de una gran bolsa de gas va a hacer, inesperadamente, que se incrementen las ventas a Europa debido a la crisis ucraniana.

Súper Cuidadores

He participado, con un pequeño testimonio personal, en un libro realmente destacable: Súper Cuidadores, editado por LoQueNoExiste (con muy buenos títulos sobre asuntos actuales) y coordinado por Aurelio López-Barajas de la Puerta. Pero una cosa es aportar un texto, aunque te remueva por dentro, y otra tener en la mano, unos meses más tarde, el resultado final. Es entonces cuando las páginas convierten en tangibles los esfuerzos, alegrías y sufrimientos de esa obligación tan compleja que supone atender a los nuestros -o a los ajenos, si es desde la profesión o el voluntariado- en sus momentos difíciles, cuando falta la salud, se acumulan los años, o las dos cosas.

Obligación. Utilizo la palabra con toda su carga. ¿Obligación de quién, de qué, hasta cuándo? En el libro vemos muchos ejemplos de amor y superación de los cuidadores, sobre todo cuando recuerdan a quien ya se ha ido. Ese sentimiento, tamizado por el paso del tiempo, esa memoria luminosa, es una recompensa, la que hace olvidar momentos difíciles, escollos burocráticos, a veces deserciones de otros miembros de la familia o de amigos. Súper Cuidadores recoge ese espíritu, pero también es una llamada, en tono positivo, a enfrentarnos a la cruda realidad que ahora mismo mantiene en vilo a tantas familias, a tantas personas, sin distinción de edad, ni circunstancias sociales o económicas.

Cuidar es un verbo que se conjuga transversalmente y se convierte en ocasión para dar la talla personal, pero también para descubrir las carencias de nuestra sociedad a la hora de proveer de medios y estructuras a quienes tienen la obligación (insisto en el verbo clave) de hacerse cargo de sus familiares.  

A lo largo del tiempo cada cual ha lidiado como ha podido con el cuidado de los dependientes. Instituciones religiosas o filantrópicas se han hecho cargo, en la medida de lo posible, de los casos más extremos, aunque son las familias las que han llevado siempre el peso máximo. Son admirables sus iniciativas, ver esas asociaciones vertebradas por toda la geografía con las que han cubierto carencias radicales, impulsado investigaciones, establecido fórmulas jurídicas para proteger a sus hijos frágiles más allá de la muerte de los padres. Una lucha heroica. Se puede decir que los cuidadores están ahora menos solos porque la sociedad ha cambiado mucho en las últimas décadas. Para bien, porque hay una mayor sensibilidad hacia las necesidades de los dependientes. Para mal, porque queda muchísimo por hacer y faltan tantos medios, imaginación y planificación para solucionar los problemas ingentes de la dependencia, que se generan muchas frustraciones.

Sin pretender exagerar, estamos todavía en un “tierra de nadie”, aunque con muchas más ventajas que hace años. Hay pruebas diarias de solidaridad y esfuerzo a nuestro alrededor (pienso en los voluntarios vecinales, en los bancos de horas “prestadas” en las empresas a colegas con enfermos en casa, en la implicación extra de asistentes sociales), pero las familias ya no son tan grandes, ni resulta tolerable “sacrificar” a uno de sus miembros -casi siempre hijas- para dedicarse en cuerpo y alma a los dependientes; de las mujeres, por otra parte, se espera más que un papel de esposa-madre abnegada, aunque a menudo la falta de apoyo externo termina por forzar su renuncia a un empleo, con todas sus consecuencias. Tampoco son tiempos de “servicio” abundante y barato: nos tenemos que escandalizar de quienes pretenden explotar a inmigrantes, pero también del trato dudoso que reciben de la Administración, por ejemplo, las auxiliares de los servicios de ayuda a domicilio, a las que no se reconocen ni enfermedades laborales evidentes, ni se permite la jubilación a una edad más adecuada. La asistencia a dependientes es, o debería ser, una fuente de formación y trabajo, pero no está en absoluto bien resuelta. Por no hablar del espacio físico de los hogares, reducido y a veces difícil de adaptar a los dependientes, pero frente a ello, las opciones de residencias son muy escasas, especialmente si eres “medio pensionista”, es decir, demasiado “rico” para competir por una plaza pública, demasiado “pobre” para acceder a centros privados de calidad.

La dependencia tiene muchos grados y también hay una casuística muy diferente, pero representa un desafío creciente que merecería más atención de la que le prestamos ciudadanos y administraciones, aunque se hay legislado mucho en los últimos años. Individualmente deberíamos “echarle una pensada”, como suele decirse, porque a veces parece que nuestros padres no van a envejecer o que nosotros no vamos a enfrentarnos a ninguna enfermedad. ¿Qué haríamos en tal caso? ¿Qué previsiones caben? ¿Es preferible dejar herencias o asegurarse una buena atención? En cuanto a las soluciones colectivas, públicas, no acaban de abordarse con sinceridad y sin partidismos, por más que la transversalidad de los problemas aconseja lo contrario. Reconozco cierto pesimismo, ya que si no somos capaces de encarar con claridad el problema de las pensiones, tampoco parece que aquí seamos capaces de evitar los subterfugios, las promesas imposibles o los juegos de culpas que a nada conducen.

De momento, algunos datos para reflexionar: en 2020, la proporción entre la población dependiente -menos de 16, más de 65- y la población en edad de trabajar, era del 54,40%. En una década será del 60% y en 2050, del 83,7%. Por otra parte, y es buena noticia, en los últimos 20 años, el número de personas mayores de 65 se ha incrementado en un 40% hasta representar el 19% de la población total española. Dentro de ese porcentaje, un 3% lo representan mayores de 85. Y más datos, en diciembre de 2020 había 1.356.473 dependientes oficiales, de los cuales 232.243 no recibían ninguna ayuda, más de 30.000 con sus derechos reconocidos murieron sin llegar a recibirla y cerca de 20.000 quedaron en espera de resolución del trámite, que es de unos 462 días.

En los presupuestos de 2021, los fondos para la dependencia se han incrementado en un 34%, pero el problema es grande y, como decía, merece una discusión abierta y clara para buscar diferentes salidas, que incluyan los recursos económicos, desde luego, pero también otras formas de apoyo, de asesoramiento familiar, de redes de centros adecuados, de canalización de iniciativas de éxito que pueden replicarse aquí y allá… Todas las ideas deberían ser bienvenidas y escuchadas porque, al fin y al cabo, la experiencia del dolor, la vejez o los cuidados son un patrimonio común y seguramente en común encontraremos las mejores soluciones.

La hora de la Sociedad Civil

Hace unas semanas, asistí en Valencia al segundo congreso organizado por Sociedad Civil (*), bajo el lema Relanzar España. Ahí es nada. El anterior, en Madrid, tuvo otro lema también destacable: Repensar España, con los presidentes Aznar y González, mano a mano. En el más reciente vi público interesado, buenos ponentes… Un éxito que me dejó, sin embargo, con un ligero desánimo, porque me pareció que allí estábamos los convencidos, los que creemos que los ciudadanos debemos implicarnos más en los cambios de la sociedad, sin aceptar un papel pasivo y mudo entre elecciones. Eché en falta la presencia de más gente joven o, por lo menos, tener constancia de que las conclusiones de encuentros como este llegan hasta quienes no se sienten concernidos por el concepto de “sociedad civil”.

Un pequeño apunte aclaratorio, porque mucha confusión sobre el papel ciudadano y lo público proviene de no saber distinguir entre tres conceptos, cada cual con su idiosincrasia:

= El más general es el de sociedad, que solo implica el agrupamiento existencial de un cierto número de individuos que -forzados o por voluntad propia- aceptan vivir juntos.

= La ciudadanía, que transforma una sociedad en una sociedad civil, o sea, una sociedad que decide vivir según procedimientos democráticos constitucionalmente aceptados.

= La república, o sea, la res publica  de los romanos, que muy bien puede ser una monarquía constitucional. La res publica significa que somos todos depositarios y gestores de un patrimonio común, a la vez material e inmaterial. No somos inquilinos sino también propietarios, aunque muchos dirán que no han heredado nada, pero siempre se hereda algo. El ciudadano es el único propietario legítimo del bien común. En su tratado sobre la res publica (De re publica), Cicerón la compara a un objeto valioso que los padres legan a sus hijos. Si ellos lo dejan en un trastero, sin jamás ocuparse de su conservación, se irá deteriorando y no quedará nada de lo que fue una obra de arte.  Si alguien viene a estropearnos una puerta o una ventana, protestamos y exigimos la reparación. Pues habría que aplicar ese reflejo de propietario a todo lo que concierne el Estado, que no es nada más ni nada menos que una mancomunidad.

Contamos con asociaciones y organizaciones que se mueven, actúan, opinan, pero se diría que, a despecho de las posibilidades que -en teoría- abren las redes, ese esfuerzo aparece como algo sectorial, fragmentario, con escasa capacidad o interés por alcanzar alguna clase de coordinación que permita canalizar inquietudes, dudas y demandas de los “simples” ciudadanos, especialmente en aquello que nos va a afectar a todos. Por supuesto, la sociedad encarga la gestión de los intereses comunes a la estructura política y, si las cosas funcionan medianamente bien, el país avanza, pero en tiempo de cambios o de crisis sobrevenidas -caso Covid-, se genera un abismo inaceptable entre la clase política y quienes van a ser los destinatarios -a menudo “paganos” más que propietarios del común, convertidos a veces incluso víctimas- de leyes y decisiones en las que todo se guisa y se come en las alturas.

Se dirá que elegimos a nuestros representantes sobre la base de unos programas de partido, pero muchos de esos programas se elaboran con un trazo que necesita reajustes y, encima, si ya en el poder se hurta el debate político, si solo se escucha a expertos de cámara -cuando realmente existen-, ni siquiera los votantes de las formaciones vencedoras aceptarían determinadas decisiones sin matices. No se trata de complicar las votaciones parlamentarias, ni de entorpecer la labor del gobierno, que debe decidir, pero tampoco parece admisible ignorar a quienes viven determinadas circunstancias a pie de calle, las protagoniza o las conoce con criterio profesional. El cierre de las Cámaras tantos meses o su funcionamiento encorsetado en sus raras sesiones, la falta de transparencia en muchos momentos, hacen pensar que más vale demorarse a la hora de llevar una ley al BOE y escuchar antes de redactarla -y votarla- otras voces, además de las de sus señorías. El malestar durante la pandemia, el estupor ante una ley de Educación que cae como pedrisco inesperado sobre un profesorado -que ha tenido que improvisar solo durante muchos meses-; la famosa ley “trans”, que ha puesto en pie de guerra a un feminismo tradicionalmente comprensivo y activo en la defensa de los derechos de unas minorías… Nada de esto, entre otras cuestiones, resultaría tan inquietante si se hubiera escuchado a los ciudadanos, que no pretenden la unanimidad, pero tampoco verse tratados como sujetos pasivos.

Todos los estudios recientes del CISS denotan una pérdida de credibilidad de la clase política entre la ciudadanía, que se reparten cargos empresariales -o de otro tipo- entre políticos, sin más justificaciones, o se utilizan varas diferentes de medir a la hora de juzgar errores o delitos. Una mayor viveza de la sociedad civil sería beneficiosa, tanto para el control y la salud de la democracia, como para el buen ánimo y la creatividad de esos ciudadanos que, al fin y a la postre tienen que sacar -tenemos que sacar- adelante negocios, proyectos, estudios, etc. No es casualidad que, desde el pasado mes de mayo, sin mucha publicidad -el diario digital sí El Confidencial se hacía eco recientemente- esté en marcha una Conferencia sobre el Futuro de Europa (CoFoE) cuyos participantes de los diferentes países de la UE -hay 67 españoles- están trabajando sobre lo que entienden como sus verdaderos problemas. La iniciativa partió del Parlamento, la Comisión y el Consejo de Europa al desencadenarse el Brexit. Al margen de la manipulación política sufrida por la opinión pública británica, la idea de que haya un divorcio absoluto entre política comunitaria y ciudadanos era y es inquietante. Por eso se ha seleccionado gente de todo tipo, de todos los niveles, para exponer sus criterios, trabajar sobre lo que se debate y, en su momento (2022) publicar un informe, Europa del Futuro, que baje a tierra muchas políticas etéreas. La UE tiene todo tipo de análisis técnicos y barómetros, pero echa en falta rostros tras las estadísticas. Echa en falta a la sociedad civil.

Vuelvo al congreso de Valencia y, a falta todavía de las conclusiones generales de 2021, que traeré aquí cuando me lleguen, escojo algunas de las ideas del encuentro anterior, perfectamente válidas y vigentes. Es cosa nuestra decidir el papel que queremos jugar: simples súbditos o copropietarios y corresponsables de la sociedad que compartimos.

= “El momento actual de España pone de manifiesto una crisis de confianza en la política y en las instituciones representativas, que no constituye un fenómeno propio y exclusivo de nuestra nación, pero que no está exento de riesgo, lo que unido a la emergencia del populismo y del nacionalismo puede conducir a una crisis de la democracia liberal”.

= “La verdad ha dejado de ser una referencia en política. Carece de valor la palabra. Hay una pérdida de calidad democrática. La mentira y el fraude en la vida pública no se penalizan. Y hay una sociedad cada vez más acrítica”. Resumen de la intervención de Manuel Marín.

= “El gran problema que aqueja a España es que hay mucha gente que no se siente española. Hay una débil conciencia nacional y una falta de orgullo de pertenencia que nos lastra como nación. Si esa conciencia existiese y se percibiese como un sentimiento verdaderamente arraigado, sería imposible que se plantearan muchos de los desafíos que se han presentado”. Intervención de Fernando García de Cortázar.

= “En España todos se preguntan qué va a pasar, pero nadie dice qué vamos a hacer. Se habla mucho de concordia y se ejerce poco en este país”. “Con la orientación de servir al país y de contribuir al bien común, es indispensable que haya un espacio civil que con criterios propios hagan posibles el planteamiento y la propuesta de solución a los retos y desafíos que deparan el presente y el futuro de la sociedad española”. Aldo Olcese, organizador de estos encuentros.

= “Hoy más que nunca necesitamos una sociedad civil serena que ayude a reflexionar y una representación capaz de encontrar consensos frente a nuevos desafíos”. “Hay una vuelta a un cierto provincianismo y ensimismamiento que nos impide ver lo que ocurre fuera de nuestras fronteras, y si bien la sociedad civil ha sido y sigue siendo un bien escaso en España, puede que sea algo que nos ayude a salir de este ombliguismo”. Presidente Felipe González.

= “La democracia en España está atravesando una época de incertidumbre, viendo la fuerza que tienen los populismos y nacionalismos. La sociedad tiene la misión de presionar a las fuerzas del sistema para que se pongan de acuerdo y solucionen nuestros problemas”.

“La crisis de confianza se ha convertido en un problema principal de la política en las sociedades modernas, y en ello han influido de manera determinante los nuevos medios digitales y la comunicación por medio de las redes sociales, lo cual ha supuesto una desconfianza hacia la política, las instituciones y los políticos”. Petra Mateo.


(*) La Asociación Sociedad Civil Ahora (SOCIA),Presidida por Aldo Olcese,  es una institución sin ánimo de lucro que agrupa a un amplio conjunto de organizaciones e instituciones de pensamiento y de acción de la sociedad civil en torno a un proyecto común de mejora y renovación de España, con la misión de colaborar de manera leal, comprometida y responsable con los poderes públicos y las principales fuerzas políticas y el conjunto de la ciudadanía en el análisis, valoración y propuesta de cuestiones que afectan al bien común de los españoles y al interés general de la nación.

Obstinación

Raros son los días en los que no se oye a alguien quejarse de la prepotencia, por no decir la dictadura, de la informática. Pronto, hasta para comprar una barra de pan se necesitará un código, que por cierto nadie nos habrá comunicado. En realidad, nos han transformado en seres esquizoides. ¡Qué maravilla poder hablar por whatsapp, gratis o por lo menos con la impresión de que es gratis, con el tío Sebastián, que se marchó a California hace mil años! O encontrar por Facebook a Encarnita, esa amiga del cole de la que no teníamos noticias desde hace cuarenta años, por lo menos. Pero, qué rabia da recibir una factura equivocada o tropezarse con un problema burocrático sin que sea posible dirigirse a alguien a quien poder exponer el problema, porque todo se resuelve online, lo cual significa que no se resuelve, a menos de tener entre veinte y treinta años y de ser titular de un máster de informática aplicada. Aplicada lo será, pero no siempre al bienestar del cliente. Bien, ¿y a qué vienen los talibanes en todo esto?.

Pues estos días, al estar todavía afectada -y saturada- por las noticias de Afganistán, apagué la radio, la tele, el teléfono e intenté hacer algo que en el mundo actual es, si no imposible, sí cuanto menos difícil: reflexionar. De la victoria talibán se pueden hacer dos lecturas. La primera es de índole política. Obviamente, el regreso al poder en ese pobre país de unos “señores de la guerra” que han demostrado ampliamente su capacidad de matar, torturar, humillar e ignorar todos los derechos humanos, es una catástrofe mayúscula que nos afecta a todos, una regresión terrible de la cultura y de la civilización. Y cómo no añadir que, como siempre, las mujeres son las primeras víctimas, aplastadas por el odio machista de unos seres ignorantes y despiadados. La segunda lectura es más iconoclasta, y eso es a lo que llamo la paradoja talibana. Que unos hombres salidos del medievo más obscurantista y armados inicialmente con un material desfasado, hayan podido derrotar al ejército más potente, sofisticado y más informatizado del mundo, demuestra una cosa: que el cerebro humano sigue sobrepasando a todos los online del mundo aunque sea verdad que ellos empiecen a incorporarse ahora también al uso de la redes sociales y demás.

Lo que nos enseña esa desgraciada victoria es la inmensa potencialidad de nuestra mente, cuando, incluso con recursos muy escasos, se mueve con fe, voluntad y obstinación. No sé cómo se dice “Yes we can” en lengua afgana, pero la verdad es que esos combatientes desastrados lo demostraron mucho mejor que Obama, y que las consecuencias de ello sobre la vida internacional serán tan tremendas como duraderas. Los talibanes han demostrado una energía, una astucia, una inteligencia táctica y estratégica excepcionales, nadie lo puede negar, pero lo han hecho en nombre de la superioridad de su religión y de la preservación de su modo de vida medieval, y para instalar el odio y la opresión como modelo de dominación.

Y ahora, una pregunta que se podrá tachar de ingenua: ¿por qué todo lo que ellos han puesto al servicio de la intolerancia y de la ignorancia no podríamos nosotros transformarlo en armas, sí, pero en armas para el progreso ecológico, económico, social, cultural, sanitario de la humanidad?.

Kabul, a la vuelta de la esquina

Cuando escribo estas líneas ignoro – aunque lo temo – cómo habrá terminado la evacuación de los afganos más amenazados por la salida occidental. Quería esperar hasta tener una idea más completa de la situación, pero no puedo quedarme callada, conmovida por el drama de tantas personas y especialmente de las mujeres.

El retorno de los talibanes es como una broma macabra que rompe el sueño de una sociedad más justa para las mujeres. Nos angustia porque recordamos su brutal comportamiento hace un par de décadas, pero su tosco primitivismo no debe llevarnos a engaño sobre otras formas más pulidas de opresión. Son demasiados los países del mundo donde la condición femenina es tan precaria y por eso dan ganas de abuchear a tanta institución internacional y a tanto gobierno presente en foros distinguidos pero incapaz -por indiferencia y algo peor- de garantizar unas condiciones mínimas para la mitad de su población.

Estos días, me ha llegado a enfadar la insistencia en “salvar a las afganas”, pero no porque no quisiera estar yo misma allí, ayudando, sino porque parecería que muchos -muchas- las quisieran arrancar de su tierra solas, sin sus familias, sus hijos, sus hermanos… Estas dos décadas han sido asombrosas porque demuestran cómo, cuando las mujeres pueden avanzar, con ellas lo hace su entorno. Ahora, a estas mujeres se las arroja al infierno, pero con ellas irán los suyos, incluso si parece que a sus compañeros se les acosa menos. “Salvar a las afganas”. ¿Lo mismo que salvamos a las de otras latitudes?

En cualquier caso, aunque sea tan evidente el maltrato, también me disgusta que se vuelva a resaltar ese papel de víctimas con el que debemos lidiar las mujeres. Las kurdas, por no elegir a las más privilegiadas, han sido, por ejemplo, unas duras combatientes en pro de su libertad más allá de su éxito o su fracaso y nos deberían iluminar con su ausencia de resignación.

Afganistán es todavía una pesadilla en prime time, sí, pero ¿qué pasará en unos días? El apagón informativo (de medios libres) y el uso de las redes que han aprendido los talibanes tal vez nos ahorren escenas macabras de otros momentos y eso nos haga pensar en otras cosas, pero no deberíamos caer en esa trampa, porque esas realidades no están tan lejos. El desastre de Afganistán es una alerta, si es que queremos hacerle caso. Estos años, tanto Estados Unidos como los aliados occidentales han regado de entrenamiento, recursos y millones de dólares a unas fuerzas afganas -y a unos políticos- que, sin embargo, han dejado llegar a los islamistas hasta el corazón de Kabul casi sin combatir, en un espectáculo lamentable. Cuando en 1956, los tanques rusos entraron en Budapest, y es solo un ejemplo, se sublevó la población, haciendo uso de todo lo que encontraba para luchar, y eso que la Unión Soviética de entonces no era menos feroz que los fanáticos islamistas de hoy. Objetivamente, si es que esa consideración tiene aún sentido, las posibilidades de los talibanes frente a los americanos eran casi nulas, pero ahora en Afganistán, como ayer en Vietnam, se ha demostrado que no hay arma más potente que la determinación y la fe, laica o religiosa. Se pensó que armas más sofisticadas evitarían que Kabul fuese un nuevo Saigón, pero no ha sido así. Y es que, el problema no es solo militar o tecnológico. Tenemos – ¿o hemos tenido? – herramientas psicológicas y éticas inmensas para defender lo justo, pero nos hemos acostumbrado a un mundo de realidades virtuales y de palabras vacías, donde a menudo se prefiere ceder a luchar por los hermosos valores y derechos de que disfrutamos hoy. Actuamos como si estos nos hubieran sido regalados y como si pudiéramos darlos por adquiridos a vida para nosotros y nuestros descendientes. Y ese tipo de ingenuidad y de ignorancia histórica, se paga cara.

Afganistán desaparecerá del telediario, pero no así lo que nos desafía. Y algo tendremos que hacer al respecto aquí, donde hay cosas que sí están todavía en nuestra mano.