Tengo en mi cuaderno de notas una serie de cuestiones que me interesa tratar este año, pero veo que no puedo abordarlas sin hablar antes de lo que se está organizando para este próximo 8 de marzo, Día de la Mujer. Fue espectacular como se celebró en España en 2018, aunque el manifiesto que convocaba a “invadir” las calles no fuera del todo inclusivo y sí tuviera un sesgo que parecía imponer un tipo único de ideas a pesar de la realidad pluralísima de las mujeres.
Con todo, me pareció un gran éxito meter de lleno el tema mujer en la agenda política (pero también informativa, empresarial, cultural, etc.) y llegué a elaborar un modesto balance, unos meses después, de lo que el “estallido” produjo en algunas grandes compañías, que se animaron a estudiar sus comportamientos, establecer políticas de género y examinar la siempre candente brecha salarial. ¿Qué siento ahora frente a las inminentes pancartas del 8 de marzo de 2019? Pues la inquietud de quien teme ver convertido en espectáculo lo que, además de visibilización, requiere trabajo concreto y diario, realismo y autocrítica y una lucha sin desmayo porque a veces lo más importante puede ser aquello que resulta más insulso y menos digno de titulares. También me llama la atención –aunque tiene su lógica- la repentina “conversión feminista” de algunas instancias y organismos cuyas trayectorias presentan lagunas ante para quienes llevamos decenios en la brecha.
Esta cuestión y otras me acompañaron en mi reciente viaje a Shanghai a donde voy por razones familiares con relativa frecuencia. Es una ciudad enorme y vibrante. Me impresionan los cambios que observo de año en año y el hambre de futuro de una sociedad que pretende saciarla según sus propias reglas y criterios, no siempre en sintonía con los nuestros. O con los que eran nuestros, ya que a veces me pregunto a que nos estamos dedicando en España/Europa mientras todo se transforma a nuestro alrededor. El caso es que en Shanghai, para mejorar mi perspectiva, decidí reunirme con alguna destacada feminista local, representante de otras muchísimas mujeres (¡en China todo se multiplica por mil!), federadas según diferentes parámetros. La situación de la mujer china no puede compararse con la de la europea; si acaso, por el sustrato comunista, con la de las rusas y las procedentes de los países de la antigua órbita soviética que en parte explica una presencia arrolladora en los puestos directivos más altos de todos los sectores, sean académicos, económicos, políticos… Aunque luego vienen otros muchos problemas y limitaciones, lo que es común, por desgracia, a todas las mujeres de una parte a otra del mundo.
En una sociedad tan desmesurada, compleja y controlada como la china, ¿cómo se las arreglan las mujeres para avanzar? Me pareció muy interesante saber que cada federación de la que me habló mi interlocutora, además de centrarse en los problemas de su sector, busca todos los años algún tema relevante para el conjunto de las mujeres. Y todos los años se reúnen en una especie de congreso decisorio donde eligen uno de esos asuntos y lo elevan al gobierno, que lo asume como propio y lo establece como objetivo prioritario de trabajo. Elegir un objetivo significa sacrificar otros, pero así ponen en marcha un esfuerzo colectivo equilibrador y seguramente eficaz a medio y largo plazo.
España no es China, claro, pero echo en falta una concentración estratégica de esfuerzos y lamento las distancias que hay entre muchas de las asociaciones que canalizan el trabajo de y por las mujeres. Es verdad que en el panorama nacional las asociaciones y organizaciones van desde las profesionales/empresariales, a las asistenciales, pasando por las que tienen unos objetivos más de club, lo que es perfectamente respetable. Pero sería muy interesante analizar cuál es el papel que juega y quiere jugar cada asociación/organización, qué capacidad de debate y crítica tiene y de qué modo mide su eficacia a la hora de cumplir los objetivos por lo que se fundó, sobre todo si cuenta con dinero público.
Las asociaciones/organizaciones femeninas deberían saber más unas de otras, mantenerse en contacto y unir ocasionalmente fuerzas, sin dejar al Legislativo –como ha pasado a veces- un tanto solo ante el peligro o bajo la influencia de las voces más ruidosas, extremas y hasta sobrevenidas, que alejan a grandes colectivos de mujeres poco o nada identificadas con ciertos mantras. Por ejemplo, siendo la violencia contra la mujer abominable y necesario actuar desde todos los planos contra ella, simplificar causas y razones y remitirlo todo a “terminar con el patriarcado”, no ayuda demasiado y causa desazón entre quienes odian la violencia, pero también la victimización. Las mujeres no habían tenido nunca tantas herramientas como ahora para hacerse fuertes y escalar posiciones y no puede ser que todos los focos se pongan sobre su “debilidad”. Me parece, además, que esto es algo relativamente reciente y aunque sea haga con buena voluntad está distorsionando la realidad: se diría que su condición de víctima propiciatoria es más relevante y general que sus logros y su capacidad para manejar su vida. Hay parejas muy enfermas, machistas lamentables y psicópatas de libro: ojalá pudiéramos impedirlo. Pero también debemos preguntarnos por los valores degradados y la educación débil entre las nuevas generaciones, o qué está pasando para que algunas chicas aún no hayan comprendido -¡a estas alturas del siglo!- que deben valerse por sí mismas y sacarle partido a su mayor predisposición al estudio, en lugar de dejarse llevar por romanticismos baratos… En fin, hay tanto de qué hablar y tan poco que pueda resolverse con eslóganes y gritos en una manifestación…
El catálogo de cuestiones pendientes en la lucha por la igualdad es enorme y me alegra que se unan nuevas fuerzas al combate, especialmente jóvenes, pero sin olvidar el trabajo estratégico realizado desde hace años por muchas personas. No se trata de competir por la ocurrencia más llamativa o la ley “más feminista”, porque los errores se pagan caro. Por ejemplo, no se puede reclamar que siempre se de la razón a la mujer aunque no la tenga: eso es más manipulador y ofensivo que halagarla con los trucos del machismo más rancio.
La igualdad lleva décadas en la palestra, pero es verdad que este siglo puede y debe ser el que la vea imponerse finalmente. Y para eso se necesita la alianza con los hombres ya convencidos o “convencibles” por unas vías o por otras. Las estridencias y los ataques gratuitos pueden, sin embargo, retrasar esa colaboración. Los hombres tienen todavía muchas bazas en la mano –y una mejor tradición de combate que nosotras- para dilatar el éxito. De hecho, ha signos de esa resistencia bastante preocupantes.
Me gustaría, antes del 8 de marzo, escuchar la voz de asociaciones y personas relevantes –mujeres, hombres- sobre todo lo que queremos conseguir y cómo lo pondremos en marcha desde el 9 de marzo.