A las TIC les salen canas

Una de las palabras más equívocas de nuestro tiempo es vejez. Empezamos por no tener claros sus límites y tampoco sabemos cómo pronunciarla según los cánones de la corrección política: ¿viejos está bien?, ¿mejor tercera edad?, ¿disimulamos con seniors?, ¿ofenderemos con ancianos?, ¿qué tal mayores?, ¿y personas grandes? Si atendemos a las estrategias para ajustar plantillas —despidos, vamos—, la «decrepitud» empieza a los 45, por mucho que la realidad demográfica —entre otras razones— esté aconsejando a las empresas políticas más inteligentes después de años de despilfarro humano. Pero si atendemos a los medios, a veces hablan de jóvenes más que cuarentones o vemos obituarios llorosos por el «inesperado» fallecimiento de algún ilustre centenario…

La vejez es hoy increíblemente diversa y plural: hay personas —cada vez serán más— en plena actividad profesional a los 70 o enroladas en nuevos proyectos, incluso si se han jubilado. Encontramos viajeros/as que no se pierden ni una y pacíficos corredores de bolsa que no se alejan del parque más cercano. Muchos recuperan en las aulas el tiempo perdido; hay divorcios sorpresa y fieles a su pareja hasta el final y más allá de la muerte. Abundan los que disfrutan (o sufren) la oportunidad de los nietos; con suerte viven tranquilos por lo que pudieron y supieron guardar, pero también están los que estiran una pensión donde caben sus hijos maltratados por la crisis…

¿Y qué hay de los mayores digitales? Hace unos pocos años, la respuesta automática hubiera sido: no hay nada. Manejarse en internet era cosa de pocas personas, jóvenes en general, muy preparadas y con recursos, pero ahora, aunque la brecha digital sigue siendo una realidad entre generaciones, tal vez influye en ella menos la edad que la audacia para enfrentarse a las nuevas herramientas, sobre todo cuando los veteranos/as se convencen de sus ventajas. Como señaló un estudio de la Fundación Vodafone (2011), son muchos los mayores de 65 años que ven en las TIC, se les den mejor o peor, posibilidades de autonomía, un sentimiento de seguridad, la satisfacción de mantenerse en contacto con lo que pasa en el mundo y, sobre todo, el gran privilegio de poder hablar con los demás, lo que rompe esa soledad que a menudo imponen las circunstancias a los más mayores.

Según una encuesta del INE (diciembre de 2017) sobre la población española que utiliza internet, hay un lento descenso de usuarios con el paso de los años, que se acelera a medida que se acerca la jubilación, tal vez porque la conexión diaria se perciba como finalista y ligada a la vida laboral y a partir de la jubilación se prefiera hacer uso de ella de manera más ocasional. El caso es que, entre los 25 y los 34 años, utilizan internet el 98,1 de los hombres y el 97,9 de las mujeres. Si elegimos el tramo de 45 a 54 años, las cifras pasan al 89,7 y 90,9%. Entre los 55 y los 64, las cifras bajan al 74,5 y 73,2, respectivamente. Y viene un gran salto de los 65 a los 74, que se queda en 47,6% de usuarios y 40,2% de usuarias. No hay cifras de lo que pasa a partir de los 74 años, aunque existe una oferta en ayuntamientos, centros de mayores, bibliotecas y fundaciones, tanto de recursos tecnológicos como de cursos y clases para ampliar conocimientos informáticos o aprender las rutinas básicas.

La tercera edad digital se presenta, en cualquier caso, muy diversa en su comportamiento y podemos equivocarnos con las grandes generalizaciones. Si atendemos a un informe de ONTSI (Observatorio Nacional de las Telecomunicaciones y de la Sociedad de la Información) de 2016, hay bastante más equilibrio de hombres y mujeres en el uso de internet a edades maduras de lo que podría imaginarse, y no sería descartable que estuviera detrás de ello la curiosidad por aprender de muchas mujeres sin demasiada preparación previa y el afán de conectarse con la familia, que las convierte en reinas de Skype y del móvil. Las mujeres mayores tienen la ventaja añadida de que no dudan en dejarse enseñar y aconsejar por los más jóvenes, generosos en estas funciones. En cualquier caso, la brecha entre hombres y mujeres era, en 2012, de 5.3 puntos y en 2017 de 1,8, aunque se incrementa a medida que se avanza en la década de los 70 años.

La renta es muy importante en el acceso a internet, pero menos que hace unos años. Utilizan actualmente internet unos 31 millones de personas entre los 10 años y los 74. A diario, 23 millones entre los 16 y los 74 años. El 63,3% de los usuarios adultos con ingresos por debajo de 900 euros está conectado, aunque si salarios son de 3.000 o más, la conexión es del 97,8%. A más ingresos, más cultura y un entorno más urbano, más conexión y más variedad de objetivos en esa conexión, pero, en muchos pueblos envejecidos de nuestra geografía —es un reto introducir o mejorar las infraestructuras—, las TIC son ya un vecino más que les permite comprar online lo que necesitan, por ejemplo. Eso, por cierto, ha dado nuevos bríos a pequeños negocios locales y no solo a las grandes compañías que podemos tener en mente. Hay casos curiosos, que han dado la vuelta al mundo, como el de Jun (Granada), donde se ha instalado toda una «teledemocracia» que facilita a sus 3.700 vecinos proponer iniciativas y votar a golpe de tuit. De paso, han aprendido muchos sobre ordenadores, tablets y demás dispositivos electrónicos. De una forma o de otra, con un soporte o con otro, el 83,4% de los hogares españoles tiene acceso a internet, según la encuesta del INE a la que me refería antes, lo que representa un avance sobre 2016, donde la cifra era de 81,9%.

Queda mucho por hacer en una sociedad que dependerá cada vez más de las tecnologías. En el caso de las personas mayores, al margen de que su edad laboral o sus posibilidades de actividad se alarguen, las TIC pueden facilitar su integración social, su asistencia telemática para cubrir necesidades prácticas o problemas de salud. Es un reto para las empresas y los investigadores, que deben conseguir dispositivos más fáciles de usar por quienes tal vez tengan algún problema físico. Es un gran reto para las administraciones, para las que las TIC serían un aliado frente a una sociedad muy envejecida.

La Unión incluye a los veteranos en la Estrategia Europa 2020, que se basa en un crecimiento inteligente, sostenible e integrador donde nadie va a sobrar. Esa Estrategia tiene tres prioridades para los próximos años: crecimiento inteligente, crecimiento sostenible y crecimiento integrador. El hilo conductor es el desarrollo de una economía centrada en el conocimiento y la innovación, lo que requiere más y mejor educación, mucha investigación y la transferencia de conocimientos en toda la Unión, utilizando al máximo las TIC.

Se ha propuesto una Agenda Digital que en los próximos años promueva, entre otros objetivos, el acceso a internet y su utilización por todos los ciudadanos europeos, lo que implica ampliar los conocimientos informáticos de todos y el fácil acceso a los dispositivos. Aunque no hay cifras, es de suponer que para nuestros viejos, la Agenda supone superar de largo las cifras en que se mueven actualmente como usuarios. Significaría una gran campaña, movilizar recursos y dar por superados —que no lo están— asuntos de atención básica a la tercera edad. Una oportunidad, por otra parte, de que nuestra sociedad piense en digital y mire al futuro en lugar de seguir atascada en una formación y unos empleos que aportan muy poco.

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